DISTINCIÓN DE
LOS PECADOS
Los
pecados son las malas acciones que absolutamente deben evitarse. Ellos
constituyen el mayor mal, aunque el hombre de hoy parece no tener de ellos una
clara conciencia, de tal manera que ya Pío XII decía que el mayor pecado de
nuestro tiempo es que los hombres han perdido el sentido del pecado.
El
pecado comporta el rechazo de la recta razón, es decir, el rechazo de la
verdad, y el rechazo del amor de Dios que nos indica cuál es nuestro verdadero
bien. Directa o indirectamente es desprecio de Dios y de su amor.
El
pecado corta en nosotros el hilo directo con la vida y da la muerte del alma.
Como la enfermedad debilita y destruye el cuerpo, así el pecado es aquel cáncer
espiritual que debilita y mata la vida del espíritu.
En
Cristo crucificado el pecado revela su verdadera naturaleza: no es sólo
desobediencia a un mandamiento divino, sino una condena a muerte del Amor. Este
es su terrible poder.
Pero
el Crucificado es poderoso. Jesús con su muerte nos revela el verdadero rostro
del pecado, mas nos ofrece también la fuente inagotable del perdón.
24. ¿Qué es el pecado?
El
pecado es una transgresión de la ley de Dios y el rechazo del verdadero bien
del hombre. Quien peca rechaza el amor divino, se opone a la propia dignidad de
hombre llamado a ser hijo de Dios y hiere la belleza espiritual de la Iglesia,
de la cual todo cristiano debe ser piedra viva.
25. ¿De qué modo se puede cometer el pecado?
Se
puede cometer el pecado en los pensamientos (complaciéndose en el mal), con los
deseos (deseando el mal), con las palabras, con las obras y con las omisiones
(no haciendo el bien que se puede y se debe hacer).
26. ¿Los pecados son todos igualmente graves?
Los
pecados pueden ser más o menos graves, y la distinción fundamental es entre
pecados veniales (o leves), y pecados mortales (o graves).
27. ¿Qué es el pecado mortal?
El
pecado mortal es una transgresión de la ley de Dios en materia grave, hecha con
plena advertencia (esto es, conscientemente) y con consentimiento deliberando
(es decir, voluntariamente).
28. ¿Qué significa "materia grave"?
Significa
que el objeto o contenido de la acción constituye una transgresión importante
de la ley moral.28. ¿Qué significa "materia grave"?
29. ¿Qué significa exactamente que la advertencia debe ser "plena" y el consentimiento "deliberado"?
Significa que la mente debe captar con claridad el valor moral de la acción, y la voluntad quererla plenamente.
30. ¿Qué es el pecado venial?
El pecado venial es una transgresión de la ley de Dios en la que falta o la gravedad de la materia, o la plenitud de la advertencia o del consentimiento.
31. ¿Por qué el pecado grave se llama mortal?
El pecado grave se llama mortal porque separa de Dios haciendo perder la gracia santificante, que es la vida del alma.
32. ¿Qué otros daños ocasiona al alma el pecado mortal?
El pecado mortal destruye la caridad en nuestro corazón y nos aparta de Dios, sumo Bien y felicidad nuestra. Si no es reparado por el arrepentimiento y por el perdón de Dios provoca la exclusión del Paraíso y la muerte eterna del Infierno, priva de los méritos adquiridos e impide todo crecimiento espiritual haciéndonos esclavos del mal.
33. ¿Hay algo más grave y más dañino que el pecado mortal?
No existe nada más grave y más dañino que el pecado mortal, que separa de Jesús, único Salvador. El sarmiento separado de la vid no sirve para nada, si no es para ser echado al fuego (Jn 15, 6).
34. ¿Por qué el pecado leve se llama venial?
Porque aún siendo una acción que en sí es mala, sin embargo no es tan tal que determine una verdadera oposición a Dios; no nos hace perder su amistad y, aunque nos debilita espiritualmente, no mata en nosotros la vida de la gracia.
35. ¿Qué daños produce el pecado venial?
El pecado venial enfría el fervor de la vida cristiana, obstaculiza el camino de perfección y nos hace merecedores del Purgatorio en la otra vida. Puede además disponernos al pecado mortal.
Hasta
aquí hemos expuesto la esencia común a todos los pecados. Su raíz es siempre la
mala disposición de espíritu que lleva al alejamiento de Dios. Dicho
alejamiento admite diversos grados de malicia y culpabilidad. El hombre, sin
embargo, no peca directa e inmediatamente contra Dios, sino contra su voluntad,
manifestada en el orden natural y sobrenatural. El pecado lesiona no sólo la
santidad de Dios en sus diversos aspectos, sino también los diversos valores
creados. Distínguense así los pecados específicamente por los diversos
valores o virtudes que lesionan.
El
hombre no hace como el ángel caído, que se jugó toda su capacidad de decisión
en un solo acto, sino que procede por una serie de decisiones, en que las
posteriores anulan o refuerzan las anteriores. De aquí procede la distinción numérica
de los pecados.
Puesto
que, según el concilio de Trento, se han de confesar los pecados graves,
indicando la especie y el número (Dz 899, 917), es preciso
exponer con toda la claridad posible dicha diferencia.
I.
DISTINCIÓN NUMÉRICA Y ESPECÍFICA DE LOS PECADOS
1.
Distinción específica de los pecados
La
distinción específica de los pecados se determina :
a)
Por el valor que lesionan, o sea por la virtud a que se oponen.
b)
Por los diversos deberes esenciales que impone un valor o exige una
virtud.
c)
Por el exceso o el defecto con que un pecado hiere el justo medio de la
virtud.
Algunas
observaciones sobre estos diferentes puntos:
a)
El axioma escolástico: Actus specificatur ab obiecto: el acto se
especifica por su objeto, vale también para la distinción específica de los
pecados. Puesto que la diversidad de las virtudes corresponde a la diversidad
de especies de valores morales, puede decirse que la especie de pecado se
determina por la virtud que lesiona.
Ejemplos:
la incredulidad y la duda en la fe son ambas pecados contra la fe. Estos
pecados constituyen una falta contra la veracidad de Dios en su revelación. La
desesperación es un pecado contra la esperanza. El odio a Dios va directamente
contra la virtud teológica de la caridad: lesiona directamente el valor del
amor divino. La superstición es un pecado contra la virtud de religión, va
contra la justicia debida al señorío absoluto de Dios. El escándalo hiere la
virtud de la caridad fraterna, en especial el "valor" de la salvación
del prójimo.
Sucede
con frecuencia que una sola acción conculca más de una virtud.
Así,
por ejemplo, el robo de un cáliz consagrado recibe la doble especificación de
las dos virtudes lesionadas: justicia y religión.
b)
La especie de pecado se determina también por los diversos deberes que
impone una misma virtud (o según los diversos valores a que ésta
atiende).
Ejemplos:
La virtud de religión exige que se adore sólo a Dios: la idolatría quebranta
este deber. La religión exige, además, que se honre a Dios de manera digna: el
culto supersticioso conculca esta obligación. La misma virtud prohíbe recurrir
a fuerzas adversas a Dios para descubrir, o mejor pretender descubrir cosas
secretas y ocultas. La adivinación infringe dicha prohibición. La astrología es
parcialmente adivinación, y parcialmente idolatría, en cuanto el hombre somete
su actividad no a los mandamientos de Dios, sino a las constelaciones. La
religión exige el respeto del nombre de Dios, deber que puede quebrantarse de
distintas maneras, desde el abuso de nombrarlo con ligereza hasta la blasfemia.
Pero la misma blasfemia se subdivide en pecados específicamente diversos,
puesto que puede ser contra el respeto debido a su santo nombre, o directamente
contra la divina caridad.
Por
la transgresión de preceptos positivos se quebranta la virtud de obediencia.
Puesto que los preceptos de la Iglesia siempre se dirigen a la protección de
una virtud, las desobediencias incluyen ordinariamente un doble pecado: contra
la obediencia y contra las virtudes pedidas por ésta. En los preceptos
puramente positivos en que sólo está interesada la obediencia y no alguna otra
virtud, el contenido u objeto del precepto carece subjetivamente de importancia
para la especie del pecado, y por lo mismo es innecesario manifestarlo en
confesión. El hombre de exquisita moralidad sabrá siempre descubrir el valor
que se esconde tras las leyes positivas. Así, por ejemplo, el automovilista
advertirá que quebrantando las leyes de tráfico y velocidad pone en peligro su
vida y la del prójimo.
a)
y b) La virtud de caridad para con el prójimo, el valor de la persona humana,
encierra toda una serie de valores específicamente diferentes, a los que
corresponden otros tantos deberes. Así, el bien del prójimo contiene, para no
citar sino lo principal, los siguientes valores: la salvación de su alma, la
salud espiritual, la vida corporal, el honor, los bienes temporales, o sea el
derecho al respeto y a los bienes de fortuna, etc. Pues bien, con un solo acto
pueden lesionarse diversos bienes específicamente distintos. Por ejemplo, quien
induce a otro a un pecado deshonesto (como los fabricantes de pornografía),
peca contra la virtud de castidad y contra la caridad con el prójimo; y
respecto de éste en varios modos: le quita la gracia (valor sobrenatural), la
virtud de castidad (acaso la integridad de la virginidad), y en algunos casos
el honor, la buena reputación, la salud, la oportunidad de un honorable
matrimonio o de un buen empleo.
Claro
es que subjetivamente sólo se cometen pecados distintos — con la obligación de
especificación en confesión — cuando antes de la acción se distinguieron por lo
menos en general los diversos valores o los diversos preceptos que se
lesionaban.
c)
Toda
virtud está en un justo medio.
Así,
por ejemplo, puede uno preocuparse demasiado, o demasiado poco por los bienes
exteriores. El exceso se diferencia específicamente del defecto. La avaricia y
la prodigalidad se oponen como el exceso y el defecto. Al revés, la virtud de
generosidad equidista del defecto y del exceso.
La
obligación de confesar las diferentes especies de pecados no se refiere a las
abstrusas diferencias científicas establecidas por los teólogos, sino a las que
están al alcance del juicio y conciencia de cada uno. Si el
penitente no ha advertido o no ha conocido una diferencia específica, o
la concurrencia de un nuevo desorden grave específicamente distinto,
ni él ni el confesor necesitan completar dicho conocimiento con precisiones
científicas. Esto no significa en ningún modo negar la importancia de las
distinciones establecidas por la ciencia teológica. De conformidad con ella,
debe irse formando y afinando progresivamente la conciencia individual, de
manera que perciba la voz de todos los valores que protestan contra el pecado.
2.
Distinción numérica de los pecados
a)
Cuando un solo acto lesiona diversas virtudes, el pecado, con ser numéricamente
uno, tiene diversas malicias específicamente diferentes. Si un solo acto
lesiona una sola virtud, pero en diversos objetos (personas, o bienes,
portadores diversos del valor), afirman comúnmente los autores que el acto, con ser
numéricamente uno, encierra varios pecados.
Ejemplos:
cuando alguien con una sola calumnia perjudica a siete personas, comete siete
pecados de calumnia. Cuando un casado peca contra la castidad matrimonial con
una casada, comete dos pecados de adulterio, pues lesiona la justicia debida a
dos matrimonios. Es evidente que hay gran diferencia entre la calumnia de una
sola persona o de siete, entre la profanación de un solo matrimonio o de dos.
Mas no puedo comprender cómo por un solo acto, con una sola acción exterior, se
puedan cometer numéricamente varios pecados de una misma especie,
mientras que sí me parece claro que con un solo acto se pueden cometer varios
pecados específicamente diferentes.
b)
Varias acciones exteriores físicamente diferentes pueden formar una unidad (un
solo pecado) en cuanto son efectuadas bajo el impulso de una sola resolución y
forman exteriormente un todo moral. Esto sirve por lo menos para la confesión.
Ejemplos:
cuando alguien forma el perverso propósito de seducir a una muchacha, dicho
propósito encierra todas las malas conversaciones y acciones que conducen hasta
la perpetración del pecado. Mas cuando para conseguirlo se vale de medios que
lesionan otras virtudes y que naturalmente no conducen a dicha acción, se
multiplican los pecados en número y especie, v. gr. quien para seducir, roba y
miente.
En
cuanto a los pecados internos, aumenta su número cada vez que el pecador
se decide interiormente a cometer la mala acción y despreciando la gracia
renueva su mal propósito. Pero la acción exterior sigue siendo moralmente una.
Quien
forma un plan para cometer un robo y conforme a él ejecuta diversas tretas, todas
ellas forman moralmente una sola acción. Mas cuando se propone diversos
robos y los realiza, en su único acto interno se encierran diversas acciones
pecaminosas, y al realizarlas comete diversos pecados numéricamente diferentes,
pues sus acciones, a pesar de haber sido único su nal propósito, no forman
moralmente un todo.
Podemos
decir, pues : hay tantos pecados internos cuantos actos internos diferentes,
tantos pecados externos cuantas acciones totales. En los actos puramente
internos, el pecado está propiamente en la intención mala. Habrá tantos
actos pecaminosos cuantas veces se ponga en obra ese sentimiento malo
permanente, o bien cuantas veces se consienta de nuevo en él.
Cuando
uno abriga una enemistad, lo más grave es, sin duda, la larga permanencia en el
sentimiento de odio; mas no carecen tampoco de importancia los actos en que se
traduce dicho sentimiento.
En
la confesión basta declarar cuánto tiempo se ha guardado dicho sentimiento y si
sus actos han sido raros o .frecuentes.
Aún
esto último no tiene a veces por qué preguntarlo el confesor, cuando el penitente
no cuida de explicarlo. No hay motivo para atormentar al penitente exigiéndole
el número exacto de actos internos en que se ha traducido el sentimiento
permanente. Sería tarea imposible, y muy a menudo sin importancia para el fallo
sacramental.
Asimismo,
cuando se trata de un mal propósito, el número de pecados es igual al
número de actos internos libres, o sea al número de veces que dicho
propósito ha sido renovado o consentido. Pero también aquí lo más importante no
es el número de actos, sino el tiempo que ha durado el mal propósito. Al
acentuar unilateralmente la importancia del número de actos internos, se daría
la impresión de que quien combate contra las tentaciones, aun consintiendo en
ellas con frecuencia, comete más pecados y es más culpable que aquel que
permanece en su mal designio sin combatirlo. En realidad ocurre lo contrario.
II.
DIVERSA GRAVEDAD DE LOS PECADOS
El
pecado es tanto más grave cuanto más elevado es el valor a que se opone
directamente y cuanto
más amplia y profunda la lesión causada. Un pecado puede conculcar menos que
otro un determinado valor y, sin embargo, ser más grave objetiva y
subjetivamente, si al mismo tiempo ataca otros valores.
Así,
el pecado solitario de impureza es en un sentido más grave que el cometido en
compañía, pues de suyo va contra la naturaleza; sin embargo, el pecado impuro
entre dos es, en su conjunto, mucho más grave, pues atenta al bien espiritual
del prójimo, y con frecuencia también a otros bienes, además de que el pecado
con cómplice supone normalmente mayor perversión de la libertad que el pecado
solitario.
Los
pecados más graves son los que atacan directamente a Dios, sobre todo los que
impugnan su gloria y su amor. En primer lugar el odio a Dios, la
blasfemia, la incredulidad; en segundo lugar, los que van contra la humanidad
de Cristo; en tercer lugar, los que atentan a los santos sacramentos que
contienen la humanidad de Cristo o están en íntima relación con ella. Por
último, los que conculcan los valores creados.
La
seducción y el escándalo conculcan de por sí valores más altos (bien del alma)
que el homicidio, el cual sólo puede alcanzar la vida corporal. Pero como no
llegan a arruinar directamente el bien espiritual del prójimo, sino sólo
mediante su consentimiento, mientras que el asesino es causa perfectamente
eficaz de la pérdida de la vida corporal, éste constituye probablemente un
pecado más grave. El
homicidio perpetrado sobre un niño no nacido reviste especial gravedad, pues lo
priva del bautismo y, por tanto, lo excluye de la vida eterna.
La
gravedad subjetiva de los pecados se mide por el grado de libertad : o
sea, el grado de malicia o, en su caso, debilidad, de conocimiento o de
ignorancia e inadvertencia. Por eso, verbigracia, una comunión indigna no es subjetivamente
tan grave como un asesinato, pues generalmente se funda en el respeto
humano y en la debilidad o en la irreflexión del culpable.
Para
justipreciar la gravedad de los pecados no puede limitarse uno a considerar su
importancia en sí, sino que debe atender también a sus consecuencias
habituales.
Esto
lo descuida AUGUST ADAM en su
libro Der Primat der Liebe. En su loable esfuerzo por colocar en su
lugar teológico el pecado contra la honestidad, no considera las deplorables
consecuencias que tiene para toda la vida religiosa y moral, sobre todo cuando
es repetido. Este pecado, a causa de la mala concupiscencia, tiene un poder
especial para esclavizar permanentemente al hombre, quitándole todo interés por
las cosas de Dios.
No
debe sobrevalorarse la clasificación de los pecados por su gravedad. El hombre
es un todo, y también el bien humano es indivisible. Quien no somete el
instinto al espíritu y no las anima de espiritualidad, tampoco puede estar en
orden en sus relaciones con Dios. Lo más bajo es muchas veces el fundamento de
lo más elevado. No hay razón para vituperar al sacerdote que no manda dorar la
cúpula de su iglesia cuando está trabajando en consolidar sus cimientos.
Es
evidente que los pecados de malicia, los "pecados del
espíritu", que tienen su raíz en el orgullo, son mucho más graves y de más
difícil arrepentimiento que los pecados de flaqueza, que tienen su fuente en la
sensualidad y que generalmente no incluyen el grado de premeditación y libertad
que los pecados del espíritu.
III.
PECADOS DE OMISIÓN Y COMISIÓN
Acaso
no sean tan peligrosos para el reino de Dios los pecados por los que se ejecuta
un mal, como los numerosos pecados que consisten en la omisión de un bien
obligatorio. Éstos,
sobre todo, pasan fácilmente inadvertidos o se les encuentra pronto una disculpa.
Por esto es de suma importancia instruir al cristiano no sólo negativamente,
sobre lo que no debe hacer, sino positivamente, señalándole lo que puede o debe
hacer con la divina gracia. De hecho, los pecados de omisión también son un
acto, pues subjetivamente sólo son pecado en cuanto el bien que se omite era
obligatorio, y se omite precisamente por un acto libre de la voluntad.
La
causa exterior de una omisión puede ser una acción de suyo lícita, pero que se
hace ilícita por la circunstancia de impedir el cumplimiento de un deber. Pero
porque su malicia no es otra que la de causar la omisión del bien, no hay para
qué declararla en confesión.
Se
cometen los pecados de omisión cuando se pone su causa.
Ejemplo:
el que se embriaga el sábado por la tarde previendo en algún modo que por ello
omitirá la misa el domingo, comete doble pecado: el de embriaguez y el de
omisión de la misa. Y por el hecho de que imprevistamente no haya misa el
domingo no se cambia la realidad del pecado de omisión. El que difiere sin necesidad
para la noche el rezo del breviario, previendo que entonces tendrá ocupaciones
urgentes que le imposibilitarán dicho rezo, peca al resolverse a tal dilación.
IV.
PECADOS DE CORAZÓN Y PECADOS DE OBRA
Todo
pecado se comete primero "en el corazón", en
los sentimientos y en la mala voluntad (trátese de una voluntad permanente o de
un sentimiento pasajero). Hay pecados que generalmente no se cometen más que en
el corazón. Los pecados internos más comunes son :
1)
La complacencia en el pecado, sobre todo la delectación en recordar
pecados cometidos, o el "pesar" de no haberlos cometido.
2)
La complacencia en imaginarse el pecado (complacencia morosa).
3)
El deseo del pecado, o sea la voluntad de cometerlo si fuera posible; en
realidad, no hay voluntad de realizarlo, ya que no es posible ; son, pues, "deseos
ineficaces".
4)
El propósito malo, o sea la voluntad de cometer realmente el pecado
(aunque en realidad no se cumpla por interponerse algún impedimento exterior).
Son los "deseos eficaces".
Estas
cuatro especies de pecados internos tienen específicamente la misma malicia que
las acciones exteriores a que se dirigen, aunque no tienen siempre igual grado
de malicia (cf.
Mt 5, 28).
Por
tanto, en confesión se ha de indicar cuál es la virtud que dichos pecados
quebrantaron. Los autores consideran como posible que un hombre de baja y poco
desarrollada moralidad no conozca la malicia de los pecados que se cometen sólo
con el corazón : las tres primeras especies. Mas un hombre normal no puede
desconocer la maldad del mal propósito, sabiendo que es mala la acción que se
propone.
Nótese
en cuanto a la primera especie : de por sí es lícito complacerse de que una
acción mala haya surtido buenos efectos, con tal de no alegrarse también por
ello de la mala acción.
Cuando
una mujer soltera dice que se alegra de su hijo, que está contenta de tenerlo,
no se sigue de aquí que se alegre de su pecado.
A
la segunda especie: claro está que no hay nada que oponer moralmente a la
complacencia en el conocimiento que se ha tenido de la naturaleza de un acto
malo. Tampoco es pecaminoso pensar en actos malos o hablar de ellos cuando se
hace en forma decente y con buen fin. La imaginación pecaminosa
(complacencia morosa) sólo existe cuando la complacencia proviene de la
aprobación del mal, de la interna inclinación a él.
No
es pecado reírse de lo cómico o ingenioso que reviste alguna acción mala o
dicho malicioso, con tal que no se dé la impresión de aprobar el mal. Los
casados no pecan al deleitarse en imaginarse la acción carnal querida por Dios,
pues es complacerse en una acción buena. Mas tales pensamientos son a veces
inútiles y peligrosos.
V.
PECADOS CAPITALES
El
pecado original introdujo el desorden en la naturaleza, y este desorden
es la fuente de la que manan las diversas inclinaciones malas. El elemento
formal del pecado original es la rebelión del espíritu contra Dios. El elemento
material es la rebelión de la carne contra el espíritu, en castigo
de la rebelión de éste contra Dios. Aun después del bautismo quédale al espíritu
cierta inclinación a sacudir la sumisión a Dios, y a la carne, la sumisión al
espíritu. Así, los dos desórdenes más arraigados en el hombre son el orgullo
y el deseo de los placeres carnales, en contra del orden de Dios y
del espíritu.
San
Juan reduce a tres todas estas malas inclinaciones : "Todo lo que hay
en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo
de la vida" (1 Ioh 2, 16).
Por
concupiscencia de la carne se entienden los desordenados deleites
carnales o el anhelo de gozarlos. Es el desorden del instinto natural de la
propia conservación, en sí mismo bueno, en el comer, beber y descansar, así
como del instinto de la propagación de la humanidad por la unión de los
sexos. De allí proceden la lujuria, la intemperancia en el comer y beber y, en
las diversiones, la aversión al trabajo.
La
concupiscencia de los ojos es el desorden del apetito natural de los
bienes exteriores (riqueza, fausto, lujo en general). Esto da origen a la
avaricia y prodigalidad. De la concupiscencia de los ojos y de la carne
conjuntamente, como de una sola fuente, mana la pereza espiritual o acedía,
en la que a menudo concurren, influyéndose mutuamente, una actividad febril y
una avidez de placeres y aversión por el trabajo.
El
orgullo de la vida es la inversión del apetito espiritual puesto por Dios para
la guarda de la propia dignidad y del honor. Es el desorden del deseo
natural de realizar cosas altas y difíciles. Es la raíz de la soberbia, de la
ambición, de la envidia, de la ira injustificada.
Mientras
que san Juan sólo enumera tres pecados capitales, la teología desde muy antiguo
(ya desde EVAGRIO PÓNTICO, hacia 400) enumera ocho y luego siete vicios o
pecados capitales : 1) soberbia; 2) avaricia; 3) lujuria; 4) ira; 5) gula; 6)
envidia; 7) pereza.
Desde
san Gregorio Magno dejó de contarse el orgullo como pecado capital (por eso
sólo quedaron siete), puesto que es como la honda raíz de todo pecado y su más
profunda característica. Es, en realidad, el elemento que caracteriza no sólo
la rebelión directa contra Dios, sino también los pecados llamados de flaqueza,
cuya malicia es auténtica, aunque disimulada.
La
más profunda raíz de todo pecado es la voluntad de no obedecer, la voluntad de
ser dueño de sí mismo.
1.
Soberbia
Dios
revistió de dignidad al hombre, en especial al bautizado. Éste debe reconocer
su dignidad con humilde sumisión a Dios, conservarla debidamente con legítimo
orgullo, con bella altivez, contra el envilecimiento. Este legítimo orgullo se
santifica cuando la mirada contempla humildemente la dignidad trascendente de
Dios y se rinde agradecida ante Él, fuente y origen de toda humana dignidad. Cuando
el hombre ambiciona una dignidad sin referencia a Dios, que no se funda en el
acrecentamiento de sus valores espirituales ante Dios, sino que sólo quiere
aparecer grande ante los hombres, entonces es la soberbia quien lo guía, la
vanagloria, la ambición. Esta ambición merece el nombre de vanidad cuando
se apoya en méritos ridículos o supuestos, o, apoyándose en verdaderos méritos,
pretende glorias desproporcionadas ante los hombres, mientras permanece vacío
de méritos ante Dios, descuidando así la verdadera gloria.
De
la soberbia procede la ambición, la jactancia, que, a tambor batiente, quiere
proclamar sus propios méritos, la presunción, que se cree capaz de empresas que
exceden las propias fuerzas.
La
envidia hunde muchas veces sus raíces en la desmedida ambición, que no sufre
que otro reciba honores superiores.
El
remedio contra la soberbia es la consideración de la gloria de Dios, de la
humildad de Cristo, y de los castigos de la soberbia.
2.
Envidia
La
envidia es la degeneración del instinto natural de emular los méritos ajenos.
El envidioso
ve con malos ojos el bien del prójimo, porque le parece un estorbo a su propia
gloria y engrandecimiento. Se diferencia, pues, del odio: éste se irrita del
bien del prójimo como tal. Pero es frecuente que confluyan la envidia y el
odio.
Son
hijos de la envidia : chisme, calumnia, difamación, gozo del vial ajeno,
desavenencia, y por último odio.
El
pecado de envidia (abstracción hecha del grado de conocimiento y libertad) es
tanto más grave cuanto es más elevado el bien envidiado. Cuando se envidia al
prójimo el amor y la gracia divina, la envidia llega a ser un horrible pecado
"contra el Espíritu Santo".
Es
claro que no es pecado el no regocijarse por los buenos éxitos y bienes
temporales del prójimo, cuando éstos tornan en grave daño de su alma o del
reino de Dios. Tampoco hay pecado en alegrarse de que sea humillado el orgullo
de los enemigos de Dios, o de un revés que pueda inducir a un pecador a volver
a Dios.
Se
combate la envidia por la consideración del amor y liberalidad que Dios tiene
para con todos, por el ejercicio de la humildad y de la caridad fraterna, por
la sumisión filial a la voluntad divina.
3.
Ira
La
ira es el impulso natural a rechazar lo que nos es contrario. La ira
ordenada es una fuerza sobremanera estimable para vencer los obstáculos al bien
y aspirar a empresas elevadas y difíciles.
Quien
no sabe encolerizarse no tiene amor ardiente. Pues si amamos el bien con ardor
y con todas las energías psicofísicas, nos opondremos al vial con igual ardor y
entereza. No le sienta al cristiano cruzarse perezosamente de brazos ante el
mal, sino combatirlo valerosamente empeñando todas sus energías : una de éstas
es la ira, la cólera. La sagrada Escritura encomia la ira inflamada de Finés
por el honor de Dios (Num 25). El Señor mismo nos dio el ejemplo de una viril y
santa ira (Mt 21, 12; 23, 13 ss).
La
ira es pecado cuando excede el justo medio, v. gr. cuando tiene uno más cólera
contra las faltas ajenas que contra las propias, siendo de igual gravedad;
cuando uno se encoleriza por cosas de poca monta (la ira sólo sirve para
superar graves dificultades), o hasta el punto de imposibilitar la sosegada
reflexión. Ya en su origen es pecaminosa la cólera cuando procede de un motivo
injusto.
La
ira, como pecado capital, está sobre todo en la represión de todo
aquello que no procede conforme a nuestra voluntad, en el deseo desordenado
de vengarse, de perjudicar, de aniquilar. Como en toda pasión, hay que
distinguir en la cólera la propensión y el dejarse llevar por ella.
El
exceso del justo medio en una justa cólera es de por sí sólo pecado venial; pero con
frecuencia hay peligro de pecado grave cuando se prevé que acabará
turbando la reflexión. La cólera injusta es de por sí pecado grave, pues
va contra la justicia y la caridad.
Hijos
de la ira: impaciencia,
enojo y rencor, improperios y baldones, riñas y peleas, maledicencias.
Remedios
contra la cólera : la consideración de la dulzura de Cristo, la circunspección,
que no se deja llevar por el primer impulso, la consideración de lo ridícula
que es la cólera no dominada, en uno mismo y en los demás.
4.
Avaricia
La
avaricia es el anhelo desordenado por los bienes terrenos, por poseerlos,
aumentarlos y conservarlos a todo trance. La avaricia extrema toma los bienes
materiales por último fin; es el "culto de Mammona", el extravío del
corazón en las cosas perecederas (Mt 6, 21 ss). El Apóstol la llama
"idolatría" (Eph 5, 5). La ambición de las riquezas es una fuente de
pecados (1 Tim 6, 9 s), sobre todo cuando se persigue el dinero y la riqueza
como medio para la satisfacción de la sensualidad (Eccl 10, 19). El apetito de
riquezas es, junto con el deseo de placeres, la raíz principal del moderno
"miedo al niño" : se tiene más estima por un negocio bien montado y
por una pingüe ganancia, que por los valores de la persona humana. Hay más
alegría en poseer riquezas que en tener hijos.
La
avaricia conduce generalmente a la dureza con el prójimo, a la ambición
del poder, a la injusticia, a la selección de los medios sin escrúpulos, al
embotamiento del espíritu y del alma, que termina en la acedía.
El
remedio contra la avaricia es la consideración de la nada de todo lo creado, la
sublimidad de los bienes eternos, y el ejemplo de Cristo.
5.
Lujuria
El
apetito natural del placer de las sensaciones carnales que como un suave acorde
acompaña y al mismo tiempo provoca la unión amorosa entre el hombre y la mujer,
es una fuerza providencial para la propagación de la humanidad. El placer
sexual, la felicidad de una sincera donación que se desborda sobre el cuerpo,
fue puesto por el Creador en la naturaleza humana para vencer la repugnancia a
las cargas que para los padres supone el hijo, y para mantener viva la
atracción amorosa — el eros — entre los esposos. Todas las relaciones naturales
entre el hombre y la mujer quedan santificadas por el sacramento del
matrimonio.
El
placer sexual no queda excluido de esta santificación; es por lo
mismo bueno y digno del hombre, cuando está animado por el amor espiritual de
la persona, y más que todo, por el amor sobrenatural de la caridad. Lo cual
sólo es posible cuando los sentimientos y la conducta, en todo lo que atañe al
objeto sexual, están conformes con la divina ley.
Cuando
se busca el apetito sexual por sí mismo y cuando se cede a él sin freno,
se convierte en fuente de corrupción, de pasiones y de pecados; entre otras
cosas produce: la falta de respeto por el misterio de la vida y del amor, el
desamor y la injusticia con el prójimo y con los descendientes, el escándalo y
la seducción, el fatuo amor de sí mismo, la incapacidad para el amor que
produce verdadera felicidad, la torpeza para las cosas del espíritu.
Remedios
: dominio de sí mismo, mortificación, gozo en las cosas espirituales y sobre
todo en las religiosas, fervor en el amor a Dios.
6.
Gula
De
Dios viene la inclinación a comer y beber, y a descansar. El placer que en
estas cosas encontramos, es, pues, bueno, con tal que usemos de ellas
razonablemente. Mas hay desorden y pecado cuando se encuentra más placer en
comer y beber que en otras cosas más elevadas; cuando los pensamientos y las
palabras versan sólo alrededor de la comida y la bebida.
a)
Exceso
en la comida : gula
La
intemperancia en el comer, o gula, lleva a anhelar desordenadamente los gustos
exquisitos, la demasía en deleitosos platos ; el paladar delicado desecha los
platos ordinarios, aunque sanos. La gula y la delicadeza en el comer son de
por sí pecados veniales, excepto cuando crean el peligro de otros graves,
como descuido de los deberes de estado, indiferencia para con los necesitados,
graves trastornos de la salud. Claro está que si la gula es tan grande que "hace
del vientre su Dios" (Phil 3, 19), es pecado
grave; finalidad en verdad ridícula y del todo indigna del hombre.
La
gula se opone sobre todo al seguimiento del Crucificado. Se vence más
eficazmente por la meditación de la cruz, por el recuerdo del deber de la
penitencia, de las penas del purgatorio y del infierno.
b)
Excesos
de la bebida : alcoholismo
Puesto
que el uso de bebidas alcohólicas no es generalmente necesario para la salud,
su abuso constituye ordinariamente un pecado más grave que el exceso en la
comida y en las bebidas que no embriagan, pues el peligro que entrañan las
cosas necesarias es menos evitable que el de las innecesarias. El mismo fallo
hay que aplicar al uso inmoderado de otros medios de placer (como nicotina,
morfina, etc.).
Cuando
el exceso en la bebida llega a hacer perder el libre uso y ejercicio de la
conciencia moral como en la embriaguez completa, es pecado grave. "Los
ebrios no poseerán el reino de Dios" (1 Cor 6, 10; cf. Is 5, 11). La
gravedad de la malicia de este pecado no deriva tanto del exceso en la bebida, que
de por sí no es más que venial, sino mucho más del envilecimiento de la
dignidad humana, de los graves peligros que crea para la propia moralidad y
salud, del desamor para con los suyos, y del daño que muchas veces causa en su
descendencia, pues el placer alcohólico desmesurado perjudica a las células
germinales.
Cuando
uno "pesca una borrachera" por sorpresa, porque
ignoraba la fuerza de la bebida o creía que la podía resistir, no hay
ordinariamente pecado grave, por falta de premeditación. Mas quien conoce
dichas circunstancias y prevé el peligro de embriaguez, y, sin embargo, sigue
bebiendo, no puede disculparse alegando falta de intención. Claro está que peca
más gravemente el que se pone a beber con el propósito de embriagarse.
El
tabernero que por deseo de lucro vende a los bebedores una tal cantidad de
licor que haga previsible la embriaguez, peca gravemente contra la caridad
fraterna (por cooperación) y contra la templanza, por sus torcidos
sentimientos.
c)
Exceso en el fumar y en el uso de narcóticos
El
fumar no suscita objeción moral, y es bueno si se hace por distracción, por
sociabilidad, o para estimular el gusto en el trabajo. Sin embargo, ha de
tenerse presente que hay hombres que por pura debilidad exceden la medida en el
fumar, cuando en realidad les sería posible hasta abstenerse completamente. El
exceso en fumar produce una disminución notablemente grave de la energía de la
voluntad, de la fuerza de trabajo, de la libertad interior y muchas veces
también de la salud. A menudo da lugar a un egoísmo desconsiderado, a un
apetito general de placeres y aun al robo.
Pero
es aún más peligroso el caso de otros narcóticos (opio, morfina, etc.). La
lucha para contrarrestar los peligros de los estupefacientes y para curar a los
esclavos de los narcóticos, vistos los grandes males que producen', es un deber
social urgente. A los opiómanos y alcohólicos se les ha de imponer sin reservas
la abstención completa : de lo contrario, no se llega a la curación.
En
los demás casos, esta abstención completa no debe considerarse como un deber.
Pero puede ser un acto de caridad fraterna, de buen ejemplo, de sacrificio
reparador en la lucha contra los placeres. El que observa que el apego a la
comida, bebida o al tabaco le impide seriamente el llegar a la perfección, está
obligado a desasirse de él mediante la mortificación. En suma, el cristiano juzga los placeres de los
sentidos de distinto modo que el pagano más morigerado, pues la suprema
sabiduría del cristiano es Cristo, y Cristo crucificado (cf. 1 Cor 2, 2 ; Gal
6, 14).
7.
Pereza o acedía
Según
la tradición teológica, el séptimo pecado capital no es el horror al
trabajo ni la búsqueda desordenada del descanso y distracción (que constituye
propiamente la pereza, pigritia), sino la acedía, la desgana o falta
de voluntad para las cosas espirituales, la falta de entusiasmo para
desasirse del peso de las cosas terrenas y así elevarse a las divinas. Esta
acedía se manifiesta a menudo en la febril actividad exterior por las cosas
terrenas. La pereza espiritual es lo opuesto al amor a Dios, a la alegría en
Dios y a cuanto tiene relación con Él Repugna a la acedía el llamamiento a
seguir a Cristo, a trabar amistad con Dios, pues esto exige abnegación y
esfuerzo. Esta clase de pereza es pecado grave. Se manifiesta ordinariamente
por la avidez de placeres o por la excesiva actividad exterior.
Si,
por el contrario, esta acedía no es más que una disminución de energía, si se
continúa cumpliendo con los mandamientos, aunque con alguna repugnancia, no
constituye, de por sí, más que pecado venial.
Aún
más : es señal de fidelidad en el amor el continuar cumpliendo concienzudamente
con los mandamientos, sin aquella alegría y gusto que antes se experimentaba, a
pesar de la lasitud general y de graves tentaciones de repugnancia.
Hijos
de la acedía: desaliento,
pusilanimidad, descuido de las prescripciones molestas, como de la misa
dominical y de los ayunos, ligereza, locuacidad, holgazanería, o excesiva
actividad exterior aversión a quienes amonestan al bien y, por último, odio al
bien.
El
mejor medio para combatir la acedía es el espíritu de penitencia y la
consideración del amor de Dios y de sus promesas, ya que ese decaimiento
procede generalmente del apego a lo carnal, a lo terreno, y del poco aprecio
por los bienes divinos. La seria predicación de los "novísimos"
sacude más que otra cosa la pereza espiritual.
BERNHARD HÄRING
LA LEY DE CRISTO I
Herder - Barcelona 1961
Págs. 397-414
LA LEY DE CRISTO I
Herder - Barcelona 1961
Págs. 397-414
Ensayo.
En contraste con nuestra época, la ética medieval
poseía claras delimitaciones. De esta manera el hombre medieval cuenta con una
suerte de código de conducta que le señala claramente como debe ser su actuar.
Esta codificación tiene su base, por un lado,
en las llamadas “Virtudes Cardinales”, verdaderas llaves maestras que
posibilitan el ejercicio de una conducta conforme con lo que es éticamente
correcto. Por otro lado, los “Pecados Capitales” (denominados así por ser
“cabeza” o principio de todos los demás pecados) muestran claramente la cuna de todo lo
moralmente reprobable. Esta codificación moral, que si bien fue formulada en el
medioevo tiene una sorprende actualidad, está cruzada transversalmente por una
problemática ética fundamental: la posibilidad de acoger hospitalariamente al
“otro”, al prójimo (el que está próximo) como una persona válida por sí misma.
Dicho de otra manera el entender a los seres humanos que están frente a mí,
cualquiera sea su condición, como un “interlocutor válido”, como un fin en sí
mismo. Como veremos más adelante, Lo que verdaderamente constituye el mal moral
es entender al “otro” como un “medio”, como un objeto que puede ser
utilizado para el propio beneficio, en conformidad al principio del “amor a sí
mismo”. Veamos a continuación una síntesis de la definición de cada uno
de estos concepto, nos hemos basado en un antiguo pero esclarecedor
“diccionario de teología” (se han alterado la redacción, la extensión y la
ortografía castellana antigua en función de la comprensión, así mismo se han
traducido algunas citas que en el texto original aparecen en latín)
Pecados Capitales
1.
La Soberbia.
Es el principal de los pecados capitales. Es la
cabeza de “todos” los restantes pecados. Recordemos que por esta falta, según
la teología cristiana, el hombre fue expulsado del jardín del paraíso. Es una
ofensa directa contra Dios, en cuanto el pecador cree tener más poder y
autoridad que Dios. En general es definida como “amor desordenado de sí mismo”.
Según Santo Tomás la soberbia es “un
apetito desordenado de la propia excelencia”. Se considera pecado mortal cuando
es perfecta, es decir, cuando se apetece tanto la propia exaltación que se
rehúsa obedecer a Dios, a los superiores y a las leyes. Se trata de renunciar a
Dios en cuanto es Verdad y sentido conductor de la existencia e instalarse a sí
mismo como Verdad suprema e infalible y como fundamento de la acción humana. De
la misma manera, y guardando las distancias, se aplica al respeto y a la
consideración que los subordinados le deben a las autoridades legítimamente
constituidas. De la soberbia se desprenden las siguientes faltas menores:
·
La vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de
las ventajas que uno tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo,
consiste en la elaborada ostentación de
todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la consideración de los demás.
·
La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para
hacer valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras. Sin embargo, no es
pecado cuando tiene por fin desacreditar una calumnia o teniendo en miras la
educación de los otros.
·
El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad
exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales;
llegando más allá de lo que permiten sus posibilidades económicas.
·
La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al
prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y
mirándolo con aire desdeñoso.
· La ambición: Deseo desordenado de
elevarse en honores y dignidades como cargos o título, sólo considerando los
beneficios que les son anexos, como la fama y el reconocimiento
·
La hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de
ocultar los vicios propios o aparentar virtudes que no se tienen.
·
La presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias
luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier
otro ciertas funciones, ciertos empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus
capacidades. Esta falta es muy común porque son rarísimos los que no se dejan
engañar por su amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a sí mismos para
formar un recto juicio sobre sus capacidades y aptitudes.
·
La desobediencia: es la infracción del precepto del superior. Es pecado
mortal cuando esta infracción nace del formal desprecio del superior, pues tal
desprecio es injurioso al mismo Dios. Pero cuando la violación del precepto no
nace del desprecio sino de otra causa y considerando la materia y las
circunstancias del caso, puede ser considerada una falta menor.
·
La pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no
obstante el conocimiento de la verdad o mayor probabilidad de las observaciones
de los que no piensan como el sujeto en cuestión.
El remedio radical contra la soberbia es la
humildad. Según el cristianismo, “Dios abate a los soberbios y eleva a los
humildes (Luc. 14)
2.
La Acidia (Pereza).
Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales en
cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la
existencia en cuanto tal. Es también el que más problemas causa en su
denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”, no parecen constituir una
falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de “acidia” o “acedía”. Tomado en sentido propio es una “tristeza de
animo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de
los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de
cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la
consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes
cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada
uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales
cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por
ellas, es pecado capital.
Tomada en sentido estricto es pecado mortal en
cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y
al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno
consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las
cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la
privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave
porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce, si
la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud
eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos
desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones,
es sin duda pecado mortal.
Son efectos de la pereza:
·
La repugnancia y la aversión al bien que hace que este se omita o se practique
con notable defecto.
·
la inconsistencia en el bien, la continua inquietud e irresolución del carácter
que varía, a menudo, de deseos y propósitos, que tan pronto decide una cosa
como desiste de ella, sin ejecutar nada.
·
Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se
atreve a poner manos a la obra y se abandona a la inacción.
·
La desesperación de considerar que la salvación es imposible, de tal manera que
lejos de pensar el hombre en los medios de conseguirla se entrega sin freno
alguno a sus propias pasiones.
·
La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los placeres.
·
La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver, oír, que constituye la
actividad casi exclusiva del perezoso.
En el fondo, la acidia se
identifica con el “aburrimiento”. Pero no con ese aburrimiento objetivo que nos
hace escapar de una cosa, de una situación o de una persona en particular. Más
bien se refiere al “aburrimiento” que sentimos frente a la existencia toda,
frente al hecho de existir y de todo lo que esto implica. La vida nos exige
trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni
gratuito ni fácil. Cuando no somos capaces de asumir este costo (este trabajo)
y desconocemos aquello que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se
transforma en un vacío que me causa “horror”; se transforma en un vacío que me
angustia y del cual escapamos constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho
‘aburrimiento’ significa originariamente “ab horreo” (horror al vacío).
Decíamos que la acidia es el más metafísico de los pecados capitales parque
implica no asumir los costos de la existencia, de escapar constantemente de
hacer lo que se debe, por no saber lo que se debe.
3.
La Lujuria.
Tradicionalmente se ha entendido la lujuria como “appetitus
inorditatus delectationis venerae” es decir como un apetito desordenado de
los placeres eróticos. La tradición cristiana subdividió este pecado en la
simple fornicación, el estupro, el rapto, el incesto, el sacrilegio, el
adulterio, el pecado contra la naturaleza, comprendiendo bajo esta última
especie, la polución voluntaria, la sodomía y la bestialidad. La lujuria sería
siempre un “pecado mortal” pues involucra directamente la utilización del otro,
del prójimo, como un medio y un objeto para la satisfacción de los placeres
sexuales.
Hay en este pecado dos grandes principios en juego:
el verdadero concepto del amor y la finalidad de la sexualidad. El
cristianismo –y gran parte de la tradición clásica especialmente la griega–,
entienden por “amor” algo muy distinto de lo que el mundo contemporáneo
comprende. El concepto de amor tiene una importancia central en el
cristianismo. De hecho Dios mismo es identificado con el amor. Para el
cristiano el amor es “superabundancia”, capacidad de dar y de darse,
“caritas”, en definitiva: caridad, una de las tres Virtudes Teologales.
De esta manera el amor implica un donarse, un darse por el otro, por el
prójimo. Recordemos la segunda parte del único mandamiento que anuncia el Nuevo
Testamento: “...amar al prójimo como a sí mismo”. El amor cristiano, y
también el griego, está, de esta forma, desligado en su origen de cualquier
tipo de sexualidad, incluso de la corporeidad. Lo erótico es una consecuencia,
un plus totalmente prescindible. La casi sinonimia entre amor y sexo es
producto de la modernidad. El “hacer el amor” como sinónimo de “relación
sexual” es el mejor ejemplo de lo anterior. La Lujuria sería entonces
totalmente contraria al amor –y a Dios– entendido en términos cristianos. El
pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa
en sí misma, como un fin en sí misma por el cual tendríamos que darnos.
El otro pasa a ser un objeto una cosa que satisface la más fuerte
de las satisfacciones corporales, el placer sexual. Aun más, el sujeto mismo
que incurre en un acto lujurioso se convierte a sí en un objeto, que
olvida o suspende su propia dignidad.Por otro lado, para el pensamiento
cristiano la sexualidad tiene una finalidad preestablecida, única y clara. La
reproducción y la perpetuación de la especie. Esta clara finalidad da también
sentido a la existencia del hombre ordenado su acción en vista del amor
de Dios. La lujuria, en cambio, que no tiene en vistas la finalidad de la reproducción
y que por esto pierde todo sentido, se convierte en una acción bacía, sin
sentido, que de alguna manera nadifica al hombre y lo aleja del Ser
de Dios.
4.
La Avaricia.
La teología cristiana explica el pecado de la
avaricia como “amor desordenado de las riquezas”, es desordenado,
continua, “porque lícito es amar y
desear las riquezas con fin honesto en el orden de la justicia y de la caridad,
como por ejemplo, si se las desea para cooperar más eficazmente con al gloria
de Dios, para socorrer al prójimo etc. El crimen de la avaricia no lo
constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego inmoderado a ellas;
“esa pasión ardiente de adquirir o
conservar lo que se posee, que no se detiene ante los medios injustos; esa
economía sórdida que guarda los tesoros sin hacer uso de ellos aun para las
causas más legítimas; ese afecto desordenado que se tiene a los bienes de la
tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no parece que se
vive para otra cosa que para adquirirla.”
“La avaricia,
por consiguiente, es pecado mortal siempre que el avaro ame de tal modo las
riquezas y pegue su corazón a ellas que está dispuesto a ofender gravemente a
Dios o a violar la justicia y la caridad debida al prójimo, o a sí mismo.”
En la avaricia se ven claramente los elementos
comunes a todos los pecados. Por una lado, el avaro pierde el verdadero sentido
de su acción poniendo el fin en lo que debería ser un medio, en este caso la obtención
y la retención de las riquezas. Lo que importa al cristianismo es que el
prójimo reciba, en justicia, la caridad
que todos le debemos al menesteroso. La avaricia es directamente contraria a la
caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en privar a otros de sus bienes para
tener más que retener. Por otro lado, el
privar al otro de sus bienes, muchas veces con malas artes, y retener estos
bienes en perjuicio del otro, es también negar al otro en su calidad de
persona, de fin en sí. Se lo utiliza para satisfacer, mediante la acumulación
de riquezas, el principio del amor a sí mismo.
Son “hijos” o faltas menores de la avaricia: el
fraude, el dolo, el perjurio, el robo y el hurto, la tacañería, la usura, etc.
5.
La Gula.
Como “uso inmoderado de los alimentos necesarios
para la vida” es definido este pecado. La definición teológica se complementa
con que “el placer o deleite que acompaña al uso de los alimentos, nada tiene
de malo; al contrario, en el efecto de una providencia especial de Dios para
que el hombre cumpliese más fácilmente
con el deber de su propia conservación. Prohibido es, empero, comer y
beber hasta saciarse por ese solo deleite que se experimenta”. De esta
manera, la religiosidad latina especifica estas faltas en: proepropere:
comer antes de tiempo o cuando se debe abstener de comer, por ejemplo en los
días de ayuno señalados por la Iglesi; laute: cuando se comen manjares
que superan las posibilidades económicas de la persona; nimis cuando se
bebe o se come en perjuicio de la salud de la persona; ardenter: cuando
se como con extrema voracidad o avidez a manera de las bestias. La gula se
transforma en pecado en los siguientes casos:
·
Cuando por el solo placer de comer se llega al hurto o se reduce a la familia a
la mendicidad.
·
Cuando el deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la
vida.
·
Cuando es causa de graves pecados como la lujuria y la blasfemia.
·
Cuando trasgrede los preceptos de la Iglesia en los días de ayuno y de
abstinencia de ciertos alimentos.
·
Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la
comida.
·
Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o sufrimiento a si mismo y a los
que lo rodean.
Además de lo dicho por la teología tradicional, la
gula tiene un aspecto que no debemos
dejar de considerar. La gula es la manifestación física de un apetito más
profundo y significativo. El que cae en las tentaciones de la gula, no sólo
quiere consumir comida. Quiere, de alguna manera, ingerir todo el universo.
Asimilar, hacer suyo, todo lo exterior, reducir todo lo otro a sí mismo. En
este sentido la gula se mimetiza estrechamente con la lujuria, se trata de
ponerse por sobre lo otro, reducirlo, objetivarlo y hacerlo suyo. De esta
manera el “glotón” se transforma en el
único centro de referencia, en conformidad con el principio del amor a sí
mismo. El asimilar, reducir, el universo en general y al prójimo en particular
a sí mismo es la más radical negación del otro.
6.
La Ira.
“Appetitus inordinatus vindictae” es decir,
un “apetito desordenado de venganza”. “Que se excita –continua la definición
latina– en nosotros por alguna ofensa real o supuesta. Requiérase, por
consiguiente, para que la ira sea pecado, que el apetito de venganza sea
desordenado, es decir, contrario a la razón. Si no entraña este desorden no
será imputado como pecado”. De esto ultimo se desprende que habría una ira
“buena y laudable” si no excede los límites de una prudente moderación y tiene
como fin suprimir el mal y reestablecer un bien. “El apetito de venganza es
desordenado o contrario a la razón, y por consiguiente la ira es pecado, cuando
se desea el castigo al que no lo merece, o si se le desea mayor al merecido, o
que se le infrinja sin observar el orden legítimo, o sin proponerse el fin
debido que es la conservación de la justicia y la corrección del culpable. Hay
también pecado en la aplicación de la venganza, aunque esta sea legítima,
cuando uno se deja dominar por ciertos movimientos inmoderados de la pasión. De
esta manera la ira se convierte en pecado gravísimo porque vulnera la caridad y
la justicia. Son hijos de la Ira: el maquiavelismo, el clamor, la indignación,
la contumelia, la blasfemia y la riña”.
De la
definición anterior se desprende que la ira es el uso de una fuerza
directa o verbal que trasgrede los límites de la legitima restitución de un
bien ofendido. La violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es
desmedida, es claramente una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo,
que no corresponde a la legítima defensa, se pretende evidentemente la
nadificación del otro. En el leguaje, mediante la ofensa o el improperio,
encontramos también el deseo de perjuicio e incluso de nulidad del otro.
Es importante hacer notar que el uso de la fuerza en
contra del prójimo no siempre es un mal moral. Debe ser entendida como un mal
menor si el fin por el cual se realiza no es sólo la anulación del otro sino
que persigue fines legítimos como la conservación de la vida propia o de
terceros. Tal es el caso de la “guerra legítima” que procura evita la propia
muerte o la privación de la legítima libertad a mano de un invasor, la legítima
defensa. El uso de la fuerza se justifica también cuando se procura, con esto,
el bien del otro, evitando de esta manera un daño mayor que el dolor que se
infringe.
La ira se convierte en pecado gravísimo cuando
nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda moderación racional y,
desbordando todo límite dictado por una justa sentencia, se desea sólo la
inexistencia del prójimo.
7.
La Envidia
La envidia es definida como “Desagrado, pesar,
tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este bien se
mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria: tristia de
bono alteriusin quantum est diminutivum propiae gloriae et excellentiae” De
esta manera, para saber si la envidia es una falta moral, es necesario
investigar el verdadero motivo que produce la tristeza que se siente frente al
bien que posee el prójimo. De esta manera la envidia no es pecado cuando
·
Nos entristecemos por el cargo, potestad o bienes materiales alcanzado por
quien no los merece y podría hacer mal uso de esa autoridad causando grave daño
a sus semejantes.
·
sentimos insatisfacción por los bienes que posee quien no los merece y en vista
de que nosotros le daríamos mejor fin. Por ejemplo, el que abunda en riquezas
haciendo mal uso de ellas: los avaros que no hacen uso de sus bienes ni para
beneficio propio ni para el de los demás.
·
otras veces, nos entristecemos, no tanto de lo que el otro posee como del hecho
de que nosotros carecemos de ese bien, si esta constatación nos muestra el
tiempo y las oportunidades perdidas y alienta nuestro propio sentido de superación.
La envidia es falta
gravísima, cuando nos incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes
materiales del otro, que deseamos verlo privado de aquellos bienes que
legítimamente a conseguido y al que, nosotros, por nuestra impotencia, no hemos
logrado conseguir. De esta manera, este deseo de ver privado al otro de sus
bienes nos puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente
quitarle esos bienes o de hacer ver, con el uso del chismorreo, que aquel no
debería poseer lo que posee. La mentira, la traición, la intriga, el
oportunismo entre otras faltas se desprenden de esta tristeza frente al bien
ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.
Tomado de la Revista de Filosofia
Mauricio González U.
Lista de pecados
ÉXODO 20:1 (RVR60-ES), ROMANOS 1:29 (RVR60-ES), 1 CORINTIOS 5:11 (RVR60-ES), 1 CORINTIOS 6:9 (RVR60-ES), GÁLATAS 5:19 (RVR60-ES), COLOSENSES 3:5 (RVR60-ES), 1 TIMOTEO 1:9 (RVR60-ES), 2 TIMOTEO 3:2 (RVR60-ES), EL APOCALIPSIS 21:7 (RVR60-ES)EXODO: 20
1. No tendrás dioses ajenos
2. No te harás imágenes
3. No tomaras el nombre de Jehová tu Dios
4. Acuérdate del día del reposo para santificarlo
5. honra a tu padre y a tu madre
6. no mataras
7. no cometerás adulterio
8. No hurtaras
9. No hablaras contra tu prójimo
10No codiciaras el bien de tu prójimo
1 CORINTIOS 5:11
1. Fornicarios
2. Avaros
3. Ladrones
4. Idolatras
5. Maldicientes
6. Borrachos
7. Ladrones
1 CORINTIOS 6:9
1. Fornicarios
2. Idolatras
3. Adúlteros
4. Afeminados
5. Ni los que e echan con hombres
6. Ladrones
7. Avaros
8. Borrachos
9. Maldicientes
10. Estafadores
1ª TIMOTEO 1:9
1. Transgresores
2. Desobedientes
3. Impíos
4. Irreverentes
5. Profanos
6. Parricidas
7. Matricidas
8. Homicidas
9. Fornicarios
10. sodomitas
11. Secuestradores
12. Mentirosos
13. Perjuro
ROMANOS 1:29
1. Injusticia
2. Fornicación
3. Perversidad
4. Avaricia
5. Maldad
6. Envidia
7. Homicidios
8. Contienda
9. Engaños
10. Malignidades
11. Murmuradores
12. Detractores
13. Aborrecedores de Dios
14. Injuriosos
15. Soberbios
16. Altivos
17. Inventores de males
18. Desobedientes
19. Necios
20. Desleales
21. Sin afecto natural
22. Implacables
23. Sin misericordia
GALATAS 5:19
1. Adulterio
2. Fornicarios
3. Inmundicias
4. Lascivias
5. Idolatrías
6. hechiceros
7. Enemistades
8. Pleitos
9. Celos
10. Iras
11. Contiendas
12. Disensiones
13. herejías
14. Envidias
15. Homicidios
16. Borrachos
17. Orgías
COLOSENSES 3:5
1. Fornicación
2. Impurezas
3. Pasiones desordenadas
4. Malos deseos
5. Avaricia
6. Idolatría
7. Ira
8. Enojo
9. Malicia
10. Blasfemias
11. Palabras deshonestas
12. Mentirosos
2 TIMOTEO 3:2-4
1. Amadores de si mismo
2. Avaros
3. Vanagloriosos
4. Soberbios
5. Blasfemos
6. Desobedientes
7. Ingratos
8. Sin afecto natural
9. Implacables
10. Calumniadores
11. Intemperantes
12. Crueles
13. Aborrecedores
14. Traidores
15. Impetuosos
16. Infatúas
17. Amadores de deleites
APOCALIPSIS 21:7-8
1. Cobardes
2. Incrédulos
3. Abominables
4. Fornicarios
5. Hechiceros
6. Idolatras
7. Mentiroso
ASESINOS COMUNES DE LA ORACIÓN
CIRCULO DE
TRIUNFADORES
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El no habría escuchado si yo no hubiera
confesado mis pe-cados (Salmo 66: 18, La Biblia al día). Dios es perfecto y
no puede tolerar el pecado en nosotros. Como resultados, le resta poder a
nuestras oraciones. La buena noticia es que Dios nos perdona cuando
confesamos el pecado y este desaparece. Porque perdonare la maldad de
ellos, y no me acordare más de su pecado (Jer. 31:34) Dios perdona y en ese
momento se restaura nuestra relación y nuestra oración vuelven a cobrar
poder. La oración evita que pequemos. El pecado evita que oremos.
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2.
FALTA DE FE: Tiene un impacto increíblemente negativo en la vida de los
cristianos. Sin fe la oración carece de poder. Pero que pida con fe, sin
dudar; porque el que duda es semejante a la ola del mar, impulsada por el
viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, ese hombre, que
recibirá cosa alguna del Señor (Santiago 1:6-7). La falta de fe hace a las
personas inestables o de doble animo y las incapacitas para escuchar a Dios o
recibir sus dones.
3.
DESOBEDIENCIA: Significa no someterse o sujetarse a los principios divinos,
al des-obedecer demostramos la falta de confianza y dependencia en Dios, por
tanto las oraciones hechas bajo esas circunstancias son ineficaces. La
obediencia es una condición para disfrutar de los benéficos del Padre. Esa es
la condición que debemos cumplir para poder acercarnos a Él en oración. Si
vamos a desarrollar una creciente relación con Dios y llegar a ser personas
fuertes en la oración, debemos obedecer. La obediencia es el resultado
natural de la fe en Dios. Quien ama y confía en Dios... Le obedece. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros en vosotros, pedid
lo que queráis y os será hecho... Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis
en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco
en su amor. (Juan 15:7,10).
4.
FALTA DE TRANSPARENCIA CON DIOS Y CON OTROS: La transparencia es difícil para
muchas personas. Pero la franqueza con otros puede tener un profundo efecto
en nuestras vidas. La transparencia con Dios al orar le coloca en la agenda
de Él en lugar de suya, y también le da la libertad a otros creyentes para
que oren por usted estratégica y específicamente. Existe la gran necesidad de
reconocer cuando fallamos y confesarlo pidiendo perdón en humildad. Cuando
confesamos nuestros pecados unos a otros lo cual requiere de nosotros una
absoluta transparencia, Dios puede sanarnos, limpiarnos y experimentamos una
restauración espiritual, física y emocional. Además nuestra transparencia
ayuda a otros, porque les muestra que no están solos en sus dificulta-des.
Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por los otros, para que
seáis sanados (Santiago 5:16).
5.
FALTA DE PERDÓN: El perdón no es un asunto trivial como la ciencia, el
deporte, la riqueza o la fama. Ni tampoco una alternativa de palabras. Se
trata de una actitud del corazón y de que el Espíritu Santo nos dé el poder
para perdonar. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestros Padre celestial; más si no perdonáis a los
hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas
(Marcos 6:14-15). Cuando una persona se niega a perdonar a otra, se daña a sí
misma, porque su falta de perdón producirá en ella raíces de amargura y con
amargura no se puede entrar en oración y salir con bendición.
6.
MOTIVOS FALSOS: cuando nuestros motivos no son buenos, nuestras oraciones
carecen de poder. Por ende es imprescindible cuando hacemos algo,
especialmente los grandes proyectos, examinar porque lo estamos haciendo. Ese
proceso expone nuestros motivos. Santiago 4:3, dice: pedís y no recibís,
porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. Al orar podemos examinar
si estamos actuando con orgullo, temor, autosuficiencia, egoísmo,
conveniencia, etc., Dios nos lo mostrara siempre que deseemos escuchar. Y si
lo deseamos, Él cambiara nuestros motivos.
7.
LA IDOLATRÍA: Un ídolo puede ser cualquier cosa que se interponga entre Dios
y nosotros; por tanto, idolatría no es, solo adorar una imagen, sino más
bien, poner cualquier cosa primero que a Dios. Los ídolos vienen de muchas
formas como el dinero, la fama, una carrera, los hijos, el placer, etc., pues
este es un asunto del corazón. Según Ezequiel 14:3; Dios no permite que un adorador
de ídolos, ni siquiera le hable. Acaso he de ser yo en modo alguno consultado
por ellos?
8.
INDIFERENCIA HACIA OTROS: Esa es una actitud incorrecta, y es abominada por
Dios, pues El se interesa por todos los hombres, sin importar su raza, clase,
credo o nación. El Salmo 33:13 dice: Desde los cielos miró el Señor; vio a
todos los hijos de los hombres. Las Escrituras están llenas de versículos que
respaldan el anhelo de dios para que haya unidad entre los creyentes, los
hermanos cristianos, los cónyuges, los laicos y los pastores, etc. Un
mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también se améis unos a otros (Juan 13:34). A través de la oración
a-prendemos a amar a otros. Es imposible que una persona odie y critique a
alguien por quien está orando. La oración genera compasión, no competencia.
9.
INDIFERENCIA HACIA LA SOBERANÍA DE DIOS: Dios es omnipotente, omnisapiente y
omnipresente; es decir, que todo lo puede, todo lo sabe y está en toda parte
a la vez; por ende es Soberano... (Salmo 139:1-18) ¿Adónde me iré de tu
Espíritu, o adónde huiré de tu presencia? ( v.7) Cuando Jesús mostró a sus
discípulos como orar, lo primero que hizo fue enseñarles a honrar a Dios por
lo que es: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la
tierra (Marcos 6:9-10). Cada vez que no prestamos atención al orden divino de
las cosas, nos apartamos de los limites e impedimos nuestra relación con
nuestro Padre celestial.
10.
VOLUNTAD REBELDE: La persona cuya voluntad está rendida a Dios mantiene una
relación con el cómo la que se describe en la parábola de la Vid y los
Pámpanos: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid
todo lo que queréis y os será hecho...
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(Juan 15:7) El propósito fundamental de la
oración no es que obtengamos lo que queremos, sino aprender a querer lo que
Dios nos da. Esto solo sucede cuando rendimos nuestra voluntad y nos
colocamos en la agenda de Dios en lugar de la nuestra. Rendir nuestra
voluntad a la de Dios reporta grandes beneficios. Uno de ellos es que Dios
promete responder nuestras oraciones y conceder nuestras peticiones. Otro
es que llegamos a recibir el poder de Cristo a través del Espíritu Santo.
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ASESINOS COMUNES DE LA ORACIÓN
Lic.
Juan P. Muñoz G.
CIRCULO DE TRIUNFADORES facebook.com/mundodepaz
1.
PECADOS NO CONFESADOS: Este es quizás el más común de los asesinos de la
oración.
3. DESOBEDIENCIA: Significa no someterse o sujetarse a los principios divinos, al des-obedecer demostramos la falta de confianza y dependencia en Dios, por tanto las oraciones hechas bajo esas circunstancias son ineficaces. La obediencia es una condición para disfrutar de los benéficos del Padre. Esa es la condición que debemos cumplir para poder acercarnos a Él en oración. Si vamos a desarrollar una creciente relación con Dios y llegar a ser personas fuertes en la oración, debemos obedecer. La obediencia es el resultado natural de la fe en Dios. Quien ama y confía en Dios... Le obedece. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho... Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. (Juan 15:7,10). 4. FALTA DE TRANSPARENCIA CON DIOS Y CON OTROS: La transparencia es difícil para muchas personas. Pero la franqueza con otros puede tener un profundo efecto en nuestras vidas. La transparencia con Dios al orar le coloca en la agenda de Él en lugar de suya, y también le da la libertad a otros creyentes para que oren por usted estratégica y específicamente. Existe la gran necesidad de reconocer cuando fallamos y confesarlo pidiendo perdón en humildad. Cuando confesamos nuestros pecados unos a otros lo cual requiere de nosotros una absoluta transparencia, Dios puede sanarnos, limpiarnos y experimentamos una restauración espiritual, física y emocional. Además nuestra transparencia ayuda a otros, porque les muestra que no están solos en sus dificulta-des. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por los otros, para que seáis sanados (Santiago 5:16). 5. FALTA DE PERDÓN: El perdón no es un asunto trivial como la ciencia, el deporte, la riqueza o la fama. Ni tampoco una alternativa de palabras. Se trata de una actitud del corazón y de que el Espíritu Santo nos dé el poder para perdonar. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestros Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas (Marcos 6:14-15). Cuando una persona se niega a perdonar a otra, se daña a sí misma, porque su falta de perdón producirá en ella raíces de amargura y con amargura no se puede entrar en oración y salir con bendición. 6. MOTIVOS FALSOS: cuando nuestros motivos no son buenos, nuestras oraciones carecen de poder. Por ende es imprescindible cuando hacemos algo, especialmente los grandes proyectos, examinar porque lo estamos haciendo. Ese proceso expone nuestros motivos. Santiago 4:3, dice: pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. Al orar podemos examinar si estamos actuando con orgullo, temor, autosuficiencia, egoísmo, conveniencia, etc., Dios nos lo mostrara siempre que deseemos escuchar. Y si lo deseamos, Él cambiara nuestros motivos. 7. LA IDOLATRÍA: Un ídolo puede ser cualquier cosa que se interponga entre Dios y nosotros; por tanto, idolatría no es, solo adorar una imagen, sino más bien, poner cualquier cosa primero que a Dios. Los ídolos vienen de muchas formas como el dinero, la fama, una carrera, los hijos, el placer, etc., pues este es un asunto del corazón. Según Ezequiel 14:3; Dios no permite que un adorador de ídolos, ni siquiera le hable. Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos? 8. INDIFERENCIA HACIA OTROS: Esa es una actitud incorrecta, y es abominada por Dios, pues El se interesa por todos los hombres, sin importar su raza, clase, credo o nación. El Salmo 33:13 dice: Desde los cielos miró el Señor; vio a todos los hijos de los hombres. Las Escrituras están llenas de versículos que respaldan el anhelo de dios para que haya unidad entre los creyentes, los hermanos cristianos, los cónyuges, los laicos y los pastores, etc. Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también se améis unos a otros (Juan 13:34). A través de la oración a-prendemos a amar a otros. Es imposible que una persona odie y critique a alguien por quien está orando. La oración genera compasión, no competencia. 9. INDIFERENCIA HACIA LA SOBERANÍA DE DIOS: Dios es omnipotente, omnisapiente y omnipresente; es decir, que todo lo puede, todo lo sabe y está en toda parte a la vez; por ende es Soberano... (Salmo 139:1-18) ¿Adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia? ( v.7) Cuando Jesús mostró a sus discípulos como orar, lo primero que hizo fue enseñarles a honrar a Dios por lo que es: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (Marcos 6:9-10). Cada vez que no prestamos atención al orden divino de las cosas, nos apartamos de los limites e impedimos nuestra relación con nuestro Padre celestial. 10. VOLUNTAD REBELDE: La persona cuya voluntad está rendida a Dios mantiene una relación con el cómo la que se describe en la parábola de la Vid y los Pámpanos: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho...
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