jueves, 19 de julio de 2012

PECADOS - RECOPILACION INTERESANTE


DISTINCIÓN DE LOS PECADOS
Los pecados son las malas acciones que absolutamente deben evitarse. Ellos constituyen el mayor mal, aunque el hombre de hoy parece no tener de ellos una clara conciencia, de tal manera que ya Pío XII decía que el mayor pecado de nuestro tiempo es que los hombres han perdido el sentido del pecado.
El pecado comporta el rechazo de la recta razón, es decir, el rechazo de la verdad, y el rechazo del amor de Dios que nos indica cuál es nuestro verdadero bien. Directa o indirectamente es desprecio de Dios y de su amor.
El pecado corta en nosotros el hilo directo con la vida y da la muerte del alma. Como la enfermedad debilita y destruye el cuerpo, así el pecado es aquel cáncer espiritual que debilita y mata la vida del espíritu.
En Cristo crucificado el pecado revela su verdadera naturaleza: no es sólo desobediencia a un mandamiento divino, sino una condena a muerte del Amor. Este es su terrible poder.
Pero el Crucificado es poderoso. Jesús con su muerte nos revela el verdadero rostro del pecado, mas nos ofrece también la fuente inagotable del perdón.
24. ¿Qué es el pecado?
El pecado es una transgresión de la ley de Dios y el rechazo del verdadero bien del hombre. Quien peca rechaza el amor divino, se opone a la propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y hiere la belleza espiritual de la Iglesia, de la cual todo cristiano debe ser piedra viva.
25. ¿De qué modo se puede cometer el pecado?
Se puede cometer el pecado en los pensamientos (complaciéndose en el mal), con los deseos (deseando el mal), con las palabras, con las obras y con las omisiones (no haciendo el bien que se puede y se debe hacer).
26. ¿Los pecados son todos igualmente graves?
Los pecados pueden ser más o menos graves, y la distinción fundamental es entre pecados veniales (o leves), y pecados mortales (o graves).
27. ¿Qué es el pecado mortal?
El pecado mortal es una transgresión de la ley de Dios en materia grave, hecha con plena advertencia (esto es, conscientemente) y con consentimiento deliberando (es decir, voluntariamente).

28. ¿Qué significa "materia grave"?
Significa que el objeto o contenido de la acción constituye una transgresión importante de la ley moral.
29. ¿Qué significa exactamente que la advertencia debe ser "plena" y el consentimiento "deliberado"?
Significa que la mente debe captar con claridad el valor moral de la acción, y la voluntad quererla plenamente.
30. ¿Qué es el pecado venial?
El pecado venial es una transgresión de la ley de Dios en la que falta o la gravedad de la materia, o la plenitud de la advertencia o del consentimiento.
31. ¿Por qué el pecado grave se llama mortal?
El pecado grave se llama mortal porque separa de Dios haciendo perder la gracia santificante, que es la vida del alma.
32. ¿Qué otros daños ocasiona al alma el pecado mortal?
El pecado mortal destruye la caridad en nuestro corazón y nos aparta de Dios, sumo Bien y felicidad nuestra. Si no es reparado por el arrepentimiento y por el perdón de Dios provoca la exclusión del Paraíso y la muerte eterna del Infierno, priva de los méritos adquiridos e impide todo crecimiento espiritual haciéndonos esclavos del mal.
33. ¿Hay algo más grave y más dañino que el pecado mortal?
No existe nada más grave y más dañino que el pecado mortal, que separa de Jesús, único Salvador. El sarmiento separado de la vid no sirve para nada, si no es para ser echado al fuego (Jn 15, 6).
34. ¿Por qué el pecado leve se llama venial?
Porque aún siendo una acción que en sí es mala, sin embargo no es tan tal que determine una verdadera oposición a Dios; no nos hace perder su amistad y, aunque nos debilita espiritualmente, no mata en nosotros la vida de la gracia.
35. ¿Qué daños produce el pecado venial?
El pecado venial enfría el fervor de la vida cristiana, obstaculiza el camino de perfección y nos hace merecedores del Purgatorio en la otra vida. Puede además disponernos al pecado mortal. 
Hasta aquí hemos expuesto la esencia común a todos los pecados. Su raíz es siempre la mala disposición de espíritu que lleva al alejamiento de Dios. Dicho alejamiento admite diversos grados de malicia y culpabilidad. El hombre, sin embargo, no peca directa e inmediatamente contra Dios, sino contra su voluntad, manifestada en el orden natural y sobrenatural. El pecado lesiona no sólo la santidad de Dios en sus diversos aspectos, sino también los diversos valores creados. Distínguense así los pecados específicamente por los diversos valores o virtudes que lesionan.
El hombre no hace como el ángel caído, que se jugó toda su capacidad de decisión en un solo acto, sino que procede por una serie de decisiones, en que las posteriores anulan o refuerzan las anteriores. De aquí procede la distinción numérica de los pecados.
Puesto que, según el concilio de Trento, se han de confesar los pecados graves, indicando la especie y el número (Dz 899, 917), es preciso exponer con toda la claridad posible dicha diferencia.
I. DISTINCIÓN NUMÉRICA Y ESPECÍFICA DE LOS PECADOS
1. Distinción específica de los pecados
La distinción específica de los pecados se determina :
a) Por el valor que lesionan, o sea por la virtud a que se oponen.
b) Por los diversos deberes esenciales que impone un valor o exige una virtud.
c) Por el exceso o el defecto con que un pecado hiere el justo medio de la virtud.
Algunas observaciones sobre estos diferentes puntos:
a) El axioma escolástico: Actus specificatur ab obiecto: el acto se especifica por su objeto, vale también para la distinción específica de los pecados. Puesto que la diversidad de las virtudes corresponde a la diversidad de especies de valores morales, puede decirse que la especie de pecado se determina por la virtud que lesiona.
Ejemplos: la incredulidad y la duda en la fe son ambas pecados contra la fe. Estos pecados constituyen una falta contra la veracidad de Dios en su revelación. La desesperación es un pecado contra la esperanza. El odio a Dios va directamente contra la virtud teológica de la caridad: lesiona directamente el valor del amor divino. La superstición es un pecado contra la virtud de religión, va contra la justicia debida al señorío absoluto de Dios. El escándalo hiere la virtud de la caridad fraterna, en especial el "valor" de la salvación del prójimo.
Sucede con frecuencia que una sola acción conculca más de una virtud.
Así, por ejemplo, el robo de un cáliz consagrado recibe la doble especificación de las dos virtudes lesionadas: justicia y religión.
b) La especie de pecado se determina también por los diversos deberes que impone una misma virtud (o según los diversos valores a que ésta atiende).
Ejemplos: La virtud de religión exige que se adore sólo a Dios: la idolatría quebranta este deber. La religión exige, además, que se honre a Dios de manera digna: el culto supersticioso conculca esta obligación. La misma virtud prohíbe recurrir a fuerzas adversas a Dios para descubrir, o mejor pretender descubrir cosas secretas y ocultas. La adivinación infringe dicha prohibición. La astrología es parcialmente adivinación, y parcialmente idolatría, en cuanto el hombre somete su actividad no a los mandamientos de Dios, sino a las constelaciones. La religión exige el respeto del nombre de Dios, deber que puede quebrantarse de distintas maneras, desde el abuso de nombrarlo con ligereza hasta la blasfemia. Pero la misma blasfemia se subdivide en pecados específicamente diversos, puesto que puede ser contra el respeto debido a su santo nombre, o directamente contra la divina caridad.
Por la transgresión de preceptos positivos se quebranta la virtud de obediencia. Puesto que los preceptos de la Iglesia siempre se dirigen a la protección de una virtud, las desobediencias incluyen ordinariamente un doble pecado: contra la obediencia y contra las virtudes pedidas por ésta. En los preceptos puramente positivos en que sólo está interesada la obediencia y no alguna otra virtud, el contenido u objeto del precepto carece subjetivamente de importancia para la especie del pecado, y por lo mismo es innecesario manifestarlo en confesión. El hombre de exquisita moralidad sabrá siempre descubrir el valor que se esconde tras las leyes positivas. Así, por ejemplo, el automovilista advertirá que quebrantando las leyes de tráfico y velocidad pone en peligro su vida y la del prójimo.
a) y b) La virtud de caridad para con el prójimo, el valor de la persona humana, encierra toda una serie de valores específicamente diferentes, a los que corresponden otros tantos deberes. Así, el bien del prójimo contiene, para no citar sino lo principal, los siguientes valores: la salvación de su alma, la salud espiritual, la vida corporal, el honor, los bienes temporales, o sea el derecho al respeto y a los bienes de fortuna, etc. Pues bien, con un solo acto pueden lesionarse diversos bienes específicamente distintos. Por ejemplo, quien induce a otro a un pecado deshonesto (como los fabricantes de pornografía), peca contra la virtud de castidad y contra la caridad con el prójimo; y respecto de éste en varios modos: le quita la gracia (valor sobrenatural), la virtud de castidad (acaso la integridad de la virginidad), y en algunos casos el honor, la buena reputación, la salud, la oportunidad de un honorable matrimonio o de un buen empleo.
Claro es que subjetivamente sólo se cometen pecados distintos — con la obligación de especificación en confesión — cuando antes de la acción se distinguieron por lo menos en general los diversos valores o los diversos preceptos que se lesionaban.
c) Toda virtud está en un justo medio.
Así, por ejemplo, puede uno preocuparse demasiado, o demasiado poco por los bienes exteriores. El exceso se diferencia específicamente del defecto. La avaricia y la prodigalidad se oponen como el exceso y el defecto. Al revés, la virtud de generosidad equidista del defecto y del exceso.
La obligación de confesar las diferentes especies de pecados no se refiere a las abstrusas diferencias científicas establecidas por los teólogos, sino a las que están al alcance del juicio y conciencia de cada uno. Si el penitente no ha advertido o no ha conocido una diferencia específica, o la concurrencia de un nuevo desorden grave específicamente distinto, ni él ni el confesor necesitan completar dicho conocimiento con precisiones científicas. Esto no significa en ningún modo negar la importancia de las distinciones establecidas por la ciencia teológica. De conformidad con ella, debe irse formando y afinando progresivamente la conciencia individual, de manera que perciba la voz de todos los valores que protestan contra el pecado.

2. Distinción numérica de los pecados
a) Cuando un solo acto lesiona diversas virtudes, el pecado, con ser numéricamente uno, tiene diversas malicias específicamente diferentes. Si un solo acto lesiona una sola virtud, pero en diversos objetos (personas, o bienes, portadores diversos del valor), afirman comúnmente los autores que el acto, con ser numéricamente uno, encierra varios pecados.
Ejemplos: cuando alguien con una sola calumnia perjudica a siete personas, comete siete pecados de calumnia. Cuando un casado peca contra la castidad matrimonial con una casada, comete dos pecados de adulterio, pues lesiona la justicia debida a dos matrimonios. Es evidente que hay gran diferencia entre la calumnia de una sola persona o de siete, entre la profanación de un solo matrimonio o de dos. Mas no puedo comprender cómo por un solo acto, con una sola acción exterior, se puedan cometer numéricamente varios pecados de una misma especie, mientras que sí me parece claro que con un solo acto se pueden cometer varios pecados específicamente diferentes.
b) Varias acciones exteriores físicamente diferentes pueden formar una unidad (un solo pecado) en cuanto son efectuadas bajo el impulso de una sola resolución y forman exteriormente un todo moral. Esto sirve por lo menos para la confesión.
Ejemplos: cuando alguien forma el perverso propósito de seducir a una muchacha, dicho propósito encierra todas las malas conversaciones y acciones que conducen hasta la perpetración del pecado. Mas cuando para conseguirlo se vale de medios que lesionan otras virtudes y que naturalmente no conducen a dicha acción, se multiplican los pecados en número y especie, v. gr. quien para seducir, roba y miente.
En cuanto a los pecados internos, aumenta su número cada vez que el pecador se decide interiormente a cometer la mala acción y despreciando la gracia renueva su mal propósito. Pero la acción exterior sigue siendo moralmente una.
Quien forma un plan para cometer un robo y conforme a él ejecuta diversas tretas, todas ellas forman moralmente una sola acción. Mas cuando se propone diversos robos y los realiza, en su único acto interno se encierran diversas acciones pecaminosas, y al realizarlas comete diversos pecados numéricamente diferentes, pues sus acciones, a pesar de haber sido único su nal propósito, no forman moralmente un todo.
Podemos decir, pues : hay tantos pecados internos cuantos actos internos diferentes, tantos pecados externos cuantas acciones totales. En los actos puramente internos, el pecado está propiamente en la intención mala. Habrá tantos actos pecaminosos cuantas veces se ponga en obra ese sentimiento malo permanente, o bien cuantas veces se consienta de nuevo en él.
Cuando uno abriga una enemistad, lo más grave es, sin duda, la larga permanencia en el sentimiento de odio; mas no carecen tampoco de importancia los actos en que se traduce dicho sentimiento.
En la confesión basta declarar cuánto tiempo se ha guardado dicho sentimiento y si sus actos han sido raros o .frecuentes.
Aún esto último no tiene a veces por qué preguntarlo el confesor, cuando el penitente no cuida de explicarlo. No hay motivo para atormentar al penitente exigiéndole el número exacto de actos internos en que se ha traducido el sentimiento permanente. Sería tarea imposible, y muy a menudo sin importancia para el fallo sacramental.
Asimismo, cuando se trata de un mal propósito, el número de pecados es igual al número de actos internos libres, o sea al número de veces que dicho propósito ha sido renovado o consentido. Pero también aquí lo más importante no es el número de actos, sino el tiempo que ha durado el mal propósito. Al acentuar unilateralmente la importancia del número de actos internos, se daría la impresión de que quien combate contra las tentaciones, aun consintiendo en ellas con frecuencia, comete más pecados y es más culpable que aquel que permanece en su mal designio sin combatirlo. En realidad ocurre lo contrario.

II. DIVERSA GRAVEDAD DE LOS PECADOS
El pecado es tanto más grave cuanto más elevado es el valor a que se opone directamente y cuanto más amplia y profunda la lesión causada. Un pecado puede conculcar menos que otro un determinado valor y, sin embargo, ser más grave objetiva y subjetivamente, si al mismo tiempo ataca otros valores.
Así, el pecado solitario de impureza es en un sentido más grave que el cometido en compañía, pues de suyo va contra la naturaleza; sin embargo, el pecado impuro entre dos es, en su conjunto, mucho más grave, pues atenta al bien espiritual del prójimo, y con frecuencia también a otros bienes, además de que el pecado con cómplice supone normalmente mayor perversión de la libertad que el pecado solitario.
Los pecados más graves son los que atacan directamente a Dios, sobre todo los que impugnan su gloria y su amor. En primer lugar el odio a Dios, la blasfemia, la incredulidad; en segundo lugar, los que van contra la humanidad de Cristo; en tercer lugar, los que atentan a los santos sacramentos que contienen la humanidad de Cristo o están en íntima relación con ella. Por último, los que conculcan los valores creados.
La seducción y el escándalo conculcan de por sí valores más altos (bien del alma) que el homicidio, el cual sólo puede alcanzar la vida corporal. Pero como no llegan a arruinar directamente el bien espiritual del prójimo, sino sólo mediante su consentimiento, mientras que el asesino es causa perfectamente eficaz de la pérdida de la vida corporal, éste constituye probablemente un pecado más grave. El homicidio perpetrado sobre un niño no nacido reviste especial gravedad, pues lo priva del bautismo y, por tanto, lo excluye de la vida eterna.
La gravedad subjetiva de los pecados se mide por el grado de libertad : o sea, el grado de malicia o, en su caso, debilidad, de conocimiento o de ignorancia e inadvertencia. Por eso, verbigracia, una comunión indigna no es subjetivamente tan grave como un asesinato, pues generalmente se funda en el respeto humano y en la debilidad o en la irreflexión del culpable.
Para justipreciar la gravedad de los pecados no puede limitarse uno a considerar su importancia en sí, sino que debe atender también a sus consecuencias habituales.
Esto lo descuida AUGUST ADAM en su libro Der Primat der Liebe. En su loable esfuerzo por colocar en su lugar teológico el pecado contra la honestidad, no considera las deplorables consecuencias que tiene para toda la vida religiosa y moral, sobre todo cuando es repetido. Este pecado, a causa de la mala concupiscencia, tiene un poder especial para esclavizar permanentemente al hombre, quitándole todo interés por las cosas de Dios.
No debe sobrevalorarse la clasificación de los pecados por su gravedad. El hombre es un todo, y también el bien humano es indivisible. Quien no somete el instinto al espíritu y no las anima de espiritualidad, tampoco puede estar en orden en sus relaciones con Dios. Lo más bajo es muchas veces el fundamento de lo más elevado. No hay razón para vituperar al sacerdote que no manda dorar la cúpula de su iglesia cuando está trabajando en consolidar sus cimientos.
Es evidente que los pecados de malicia, los "pecados del espíritu", que tienen su raíz en el orgullo, son mucho más graves y de más difícil arrepentimiento que los pecados de flaqueza, que tienen su fuente en la sensualidad y que generalmente no incluyen el grado de premeditación y libertad que los pecados del espíritu.
III. PECADOS DE OMISIÓN Y COMISIÓN
Acaso no sean tan peligrosos para el reino de Dios los pecados por los que se ejecuta un mal, como los numerosos pecados que consisten en la omisión de un bien obligatorio. Éstos, sobre todo, pasan fácilmente inadvertidos o se les encuentra pronto una disculpa. Por esto es de suma importancia instruir al cristiano no sólo negativamente, sobre lo que no debe hacer, sino positivamente, señalándole lo que puede o debe hacer con la divina gracia. De hecho, los pecados de omisión también son un acto, pues subjetivamente sólo son pecado en cuanto el bien que se omite era obligatorio, y se omite precisamente por un acto libre de la voluntad.
La causa exterior de una omisión puede ser una acción de suyo lícita, pero que se hace ilícita por la circunstancia de impedir el cumplimiento de un deber. Pero porque su malicia no es otra que la de causar la omisión del bien, no hay para qué declararla en confesión.
Se cometen los pecados de omisión cuando se pone su causa.
Ejemplo: el que se embriaga el sábado por la tarde previendo en algún modo que por ello omitirá la misa el domingo, comete doble pecado: el de embriaguez y el de omisión de la misa. Y por el hecho de que imprevistamente no haya misa el domingo no se cambia la realidad del pecado de omisión. El que difiere sin necesidad para la noche el rezo del breviario, previendo que entonces tendrá ocupaciones urgentes que le imposibilitarán dicho rezo, peca al resolverse a tal dilación.
IV. PECADOS DE CORAZÓN Y PECADOS DE OBRA
Todo pecado se comete primero "en el corazón", en los sentimientos y en la mala voluntad (trátese de una voluntad permanente o de un sentimiento pasajero). Hay pecados que generalmente no se cometen más que en el corazón. Los pecados internos más comunes son :
1) La complacencia en el pecado, sobre todo la delectación en recordar pecados cometidos, o el "pesar" de no haberlos cometido.
2) La complacencia en imaginarse el pecado (complacencia morosa).
3) El deseo del pecado, o sea la voluntad de cometerlo si fuera posible; en realidad, no hay voluntad de realizarlo, ya que no es posible ; son, pues, "deseos ineficaces".
4) El propósito malo, o sea la voluntad de cometer realmente el pecado (aunque en realidad no se cumpla por interponerse algún impedimento exterior). Son los "deseos eficaces".
Estas cuatro especies de pecados internos tienen específicamente la misma malicia que las acciones exteriores a que se dirigen, aunque no tienen siempre igual grado de malicia (cf. Mt 5, 28).
Por tanto, en confesión se ha de indicar cuál es la virtud que dichos pecados quebrantaron. Los autores consideran como posible que un hombre de baja y poco desarrollada moralidad no conozca la malicia de los pecados que se cometen sólo con el corazón : las tres primeras especies. Mas un hombre normal no puede desconocer la maldad del mal propósito, sabiendo que es mala la acción que se propone.
Nótese en cuanto a la primera especie : de por sí es lícito complacerse de que una acción mala haya surtido buenos efectos, con tal de no alegrarse también por ello de la mala acción.
Cuando una mujer soltera dice que se alegra de su hijo, que está contenta de tenerlo, no se sigue de aquí que se alegre de su pecado.
A la segunda especie: claro está que no hay nada que oponer moralmente a la complacencia en el conocimiento que se ha tenido de la naturaleza de un acto malo. Tampoco es pecaminoso pensar en actos malos o hablar de ellos cuando se hace en forma decente y con buen fin. La imaginación pecaminosa (complacencia morosa) sólo existe cuando la complacencia proviene de la aprobación del mal, de la interna inclinación a él.
No es pecado reírse de lo cómico o ingenioso que reviste alguna acción mala o dicho malicioso, con tal que no se dé la impresión de aprobar el mal. Los casados no pecan al deleitarse en imaginarse la acción carnal querida por Dios, pues es complacerse en una acción buena. Mas tales pensamientos son a veces inútiles y peligrosos.
 V. PECADOS CAPITALES
El pecado original introdujo el desorden en la naturaleza, y este desorden es la fuente de la que manan las diversas inclinaciones malas. El elemento formal del pecado original es la rebelión del espíritu contra Dios. El elemento material es la rebelión de la carne contra el espíritu, en castigo de la rebelión de éste contra Dios. Aun después del bautismo quédale al espíritu cierta inclinación a sacudir la sumisión a Dios, y a la carne, la sumisión al espíritu. Así, los dos desórdenes más arraigados en el hombre son el orgullo y el deseo de los placeres carnales, en contra del orden de Dios y del espíritu.
San Juan reduce a tres todas estas malas inclinaciones : "Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida" (1 Ioh 2, 16).
Por concupiscencia de la carne se entienden los desordenados deleites carnales o el anhelo de gozarlos. Es el desorden del instinto natural de la propia conservación, en sí mismo bueno, en el comer, beber y descansar, así como del instinto de la propagación de la humanidad por la unión de los sexos. De allí proceden la lujuria, la intemperancia en el comer y beber y, en las diversiones, la aversión al trabajo.
La concupiscencia de los ojos es el desorden del apetito natural de los bienes exteriores (riqueza, fausto, lujo en general). Esto da origen a la avaricia y prodigalidad. De la concupiscencia de los ojos y de la carne conjuntamente, como de una sola fuente, mana la pereza espiritual o acedía, en la que a menudo concurren, influyéndose mutuamente, una actividad febril y una avidez de placeres y aversión por el trabajo.
El orgullo de la vida es la inversión del apetito espiritual puesto por Dios para la guarda de la propia dignidad y del honor. Es el desorden del deseo natural de realizar cosas altas y difíciles. Es la raíz de la soberbia, de la ambición, de la envidia, de la ira injustificada.
Mientras que san Juan sólo enumera tres pecados capitales, la teología desde muy antiguo (ya desde EVAGRIO PÓNTICO, hacia 400) enumera ocho y luego siete vicios o pecados capitales : 1) soberbia; 2) avaricia; 3) lujuria; 4) ira; 5) gula; 6) envidia; 7) pereza.
Desde san Gregorio Magno dejó de contarse el orgullo como pecado capital (por eso sólo quedaron siete), puesto que es como la honda raíz de todo pecado y su más profunda característica. Es, en realidad, el elemento que caracteriza no sólo la rebelión directa contra Dios, sino también los pecados llamados de flaqueza, cuya malicia es auténtica, aunque disimulada.
La más profunda raíz de todo pecado es la voluntad de no obedecer, la voluntad de ser dueño de sí mismo.
1. Soberbia
Dios revistió de dignidad al hombre, en especial al bautizado. Éste debe reconocer su dignidad con humilde sumisión a Dios, conservarla debidamente con legítimo orgullo, con bella altivez, contra el envilecimiento. Este legítimo orgullo se santifica cuando la mirada contempla humildemente la dignidad trascendente de Dios y se rinde agradecida ante Él, fuente y origen de toda humana dignidad. Cuando el hombre ambiciona una dignidad sin referencia a Dios, que no se funda en el acrecentamiento de sus valores espirituales ante Dios, sino que sólo quiere aparecer grande ante los hombres, entonces es la soberbia quien lo guía, la vanagloria, la ambición. Esta ambición merece el nombre de vanidad cuando se apoya en méritos ridículos o supuestos, o, apoyándose en verdaderos méritos, pretende glorias desproporcionadas ante los hombres, mientras permanece vacío de méritos ante Dios, descuidando así la verdadera gloria.
De la soberbia procede la ambición, la jactancia, que, a tambor batiente, quiere proclamar sus propios méritos, la presunción, que se cree capaz de empresas que exceden las propias fuerzas.
La envidia hunde muchas veces sus raíces en la desmedida ambición, que no sufre que otro reciba honores superiores.
El remedio contra la soberbia es la consideración de la gloria de Dios, de la humildad de Cristo, y de los castigos de la soberbia.
2. Envidia
La envidia es la degeneración del instinto natural de emular los méritos ajenos. El envidioso ve con malos ojos el bien del prójimo, porque le parece un estorbo a su propia gloria y engrandecimiento. Se diferencia, pues, del odio: éste se irrita del bien del prójimo como tal. Pero es frecuente que confluyan la envidia y el odio.
Son hijos de la envidia : chisme, calumnia, difamación, gozo del vial ajeno, desavenencia, y por último odio.
El pecado de envidia (abstracción hecha del grado de conocimiento y libertad) es tanto más grave cuanto es más elevado el bien envidiado. Cuando se envidia al prójimo el amor y la gracia divina, la envidia llega a ser un horrible pecado "contra el Espíritu Santo".
Es claro que no es pecado el no regocijarse por los buenos éxitos y bienes temporales del prójimo, cuando éstos tornan en grave daño de su alma o del reino de Dios. Tampoco hay pecado en alegrarse de que sea humillado el orgullo de los enemigos de Dios, o de un revés que pueda inducir a un pecador a volver a Dios.
Se combate la envidia por la consideración del amor y liberalidad que Dios tiene para con todos, por el ejercicio de la humildad y de la caridad fraterna, por la sumisión filial a la voluntad divina.
3. Ira
La ira es el impulso natural a rechazar lo que nos es contrario. La ira ordenada es una fuerza sobremanera estimable para vencer los obstáculos al bien y aspirar a empresas elevadas y difíciles.
Quien no sabe encolerizarse no tiene amor ardiente. Pues si amamos el bien con ardor y con todas las energías psicofísicas, nos opondremos al vial con igual ardor y entereza. No le sienta al cristiano cruzarse perezosamente de brazos ante el mal, sino combatirlo valerosamente empeñando todas sus energías : una de éstas es la ira, la cólera. La sagrada Escritura encomia la ira inflamada de Finés por el honor de Dios (Num 25). El Señor mismo nos dio el ejemplo de una viril y santa ira (Mt 21, 12; 23, 13 ss).
La ira es pecado cuando excede el justo medio, v. gr. cuando tiene uno más cólera contra las faltas ajenas que contra las propias, siendo de igual gravedad; cuando uno se encoleriza por cosas de poca monta (la ira sólo sirve para superar graves dificultades), o hasta el punto de imposibilitar la sosegada reflexión. Ya en su origen es pecaminosa la cólera cuando procede de un motivo injusto.
La ira, como pecado capital, está sobre todo en la represión de todo aquello que no procede conforme a nuestra voluntad, en el deseo desordenado de vengarse, de perjudicar, de aniquilar. Como en toda pasión, hay que distinguir en la cólera la propensión y el dejarse llevar por ella.
El exceso del justo medio en una justa cólera es de por sí sólo pecado venial; pero con frecuencia hay peligro de pecado grave cuando se prevé que acabará turbando la reflexión. La cólera injusta es de por sí pecado grave, pues va contra la justicia y la caridad.
Hijos de la ira: impaciencia, enojo y rencor, improperios y baldones, riñas y peleas, maledicencias.
Remedios contra la cólera : la consideración de la dulzura de Cristo, la circunspección, que no se deja llevar por el primer impulso, la consideración de lo ridícula que es la cólera no dominada, en uno mismo y en los demás.
4. Avaricia
La avaricia es el anhelo desordenado por los bienes terrenos, por poseerlos, aumentarlos y conservarlos a todo trance. La avaricia extrema toma los bienes materiales por último fin; es el "culto de Mammona", el extravío del corazón en las cosas perecederas (Mt 6, 21 ss). El Apóstol la llama "idolatría" (Eph 5, 5). La ambición de las riquezas es una fuente de pecados (1 Tim 6, 9 s), sobre todo cuando se persigue el dinero y la riqueza como medio para la satisfacción de la sensualidad (Eccl 10, 19). El apetito de riquezas es, junto con el deseo de placeres, la raíz principal del moderno "miedo al niño" : se tiene más estima por un negocio bien montado y por una pingüe ganancia, que por los valores de la persona humana. Hay más alegría en poseer riquezas que en tener hijos.
La avaricia conduce generalmente a la dureza con el prójimo, a la ambición del poder, a la injusticia, a la selección de los medios sin escrúpulos, al embotamiento del espíritu y del alma, que termina en la acedía.
El remedio contra la avaricia es la consideración de la nada de todo lo creado, la sublimidad de los bienes eternos, y el ejemplo de Cristo.
5. Lujuria
El apetito natural del placer de las sensaciones carnales que como un suave acorde acompaña y al mismo tiempo provoca la unión amorosa entre el hombre y la mujer, es una fuerza providencial para la propagación de la humanidad. El placer sexual, la felicidad de una sincera donación que se desborda sobre el cuerpo, fue puesto por el Creador en la naturaleza humana para vencer la repugnancia a las cargas que para los padres supone el hijo, y para mantener viva la atracción amorosa — el eros — entre los esposos. Todas las relaciones naturales entre el hombre y la mujer quedan santificadas por el sacramento del matrimonio.
El placer sexual no queda excluido de esta santificación; es por lo mismo bueno y digno del hombre, cuando está animado por el amor espiritual de la persona, y más que todo, por el amor sobrenatural de la caridad. Lo cual sólo es posible cuando los sentimientos y la conducta, en todo lo que atañe al objeto sexual, están conformes con la divina ley.
Cuando se busca el apetito sexual por sí mismo y cuando se cede a él sin freno, se convierte en fuente de corrupción, de pasiones y de pecados; entre otras cosas produce: la falta de respeto por el misterio de la vida y del amor, el desamor y la injusticia con el prójimo y con los descendientes, el escándalo y la seducción, el fatuo amor de sí mismo, la incapacidad para el amor que produce verdadera felicidad, la torpeza para las cosas del espíritu.
Remedios : dominio de sí mismo, mortificación, gozo en las cosas espirituales y sobre todo en las religiosas, fervor en el amor a Dios.
6. Gula
De Dios viene la inclinación a comer y beber, y a descansar. El placer que en estas cosas encontramos, es, pues, bueno, con tal que usemos de ellas razonablemente. Mas hay desorden y pecado cuando se encuentra más placer en comer y beber que en otras cosas más elevadas; cuando los pensamientos y las palabras versan sólo alrededor de la comida y la bebida.
a) Exceso en la comida : gula
La intemperancia en el comer, o gula, lleva a anhelar desordenadamente los gustos exquisitos, la demasía en deleitosos platos ; el paladar delicado desecha los platos ordinarios, aunque sanos. La gula y la delicadeza en el comer son de por sí pecados veniales, excepto cuando crean el peligro de otros graves, como descuido de los deberes de estado, indiferencia para con los necesitados, graves trastornos de la salud. Claro está que si la gula es tan grande que "hace del vientre su Dios" (Phil 3, 19), es pecado grave; finalidad en verdad ridícula y del todo indigna del hombre.
La gula se opone sobre todo al seguimiento del Crucificado. Se vence más eficazmente por la meditación de la cruz, por el recuerdo del deber de la penitencia, de las penas del purgatorio y del infierno.
b) Excesos de la bebida : alcoholismo
Puesto que el uso de bebidas alcohólicas no es generalmente necesario para la salud, su abuso constituye ordinariamente un pecado más grave que el exceso en la comida y en las bebidas que no embriagan, pues el peligro que entrañan las cosas necesarias es menos evitable que el de las innecesarias. El mismo fallo hay que aplicar al uso inmoderado de otros medios de placer (como nicotina, morfina, etc.).
Cuando el exceso en la bebida llega a hacer perder el libre uso y ejercicio de la conciencia moral como en la embriaguez completa, es pecado grave. "Los ebrios no poseerán el reino de Dios" (1 Cor 6, 10; cf. Is 5, 11). La gravedad de la malicia de este pecado no deriva tanto del exceso en la bebida, que de por sí no es más que venial, sino mucho más del envilecimiento de la dignidad humana, de los graves peligros que crea para la propia moralidad y salud, del desamor para con los suyos, y del daño que muchas veces causa en su descendencia, pues el placer alcohólico desmesurado perjudica a las células germinales.
Cuando uno "pesca una borrachera" por sorpresa, porque ignoraba la fuerza de la bebida o creía que la podía resistir, no hay ordinariamente pecado grave, por falta de premeditación. Mas quien conoce dichas circunstancias y prevé el peligro de embriaguez, y, sin embargo, sigue bebiendo, no puede disculparse alegando falta de intención. Claro está que peca más gravemente el que se pone a beber con el propósito de embriagarse.
El tabernero que por deseo de lucro vende a los bebedores una tal cantidad de licor que haga previsible la embriaguez, peca gravemente contra la caridad fraterna (por cooperación) y contra la templanza, por sus torcidos sentimientos.
c) Exceso en el fumar y en el uso de narcóticos
El fumar no suscita objeción moral, y es bueno si se hace por distracción, por sociabilidad, o para estimular el gusto en el trabajo. Sin embargo, ha de tenerse presente que hay hombres que por pura debilidad exceden la medida en el fumar, cuando en realidad les sería posible hasta abstenerse completamente. El exceso en fumar produce una disminución notablemente grave de la energía de la voluntad, de la fuerza de trabajo, de la libertad interior y muchas veces también de la salud. A menudo da lugar a un egoísmo desconsiderado, a un apetito general de placeres y aun al robo.
Pero es aún más peligroso el caso de otros narcóticos (opio, morfina, etc.). La lucha para contrarrestar los peligros de los estupefacientes y para curar a los esclavos de los narcóticos, vistos los grandes males que producen', es un deber social urgente. A los opiómanos y alcohólicos se les ha de imponer sin reservas la abstención completa : de lo contrario, no se llega a la curación.
En los demás casos, esta abstención completa no debe considerarse como un deber. Pero puede ser un acto de caridad fraterna, de buen ejemplo, de sacrificio reparador en la lucha contra los placeres. El que observa que el apego a la comida, bebida o al tabaco le impide seriamente el llegar a la perfección, está obligado a desasirse de él mediante la mortificación. En suma, el cristiano juzga los placeres de los sentidos de distinto modo que el pagano más morigerado, pues la suprema sabiduría del cristiano es Cristo, y Cristo crucificado (cf. 1 Cor 2, 2 ; Gal 6, 14).
7. Pereza o acedía
Según la tradición teológica, el séptimo pecado capital no es el horror al trabajo ni la búsqueda desordenada del descanso y distracción (que constituye propiamente la pereza, pigritia), sino la acedía, la desgana o falta de voluntad para las cosas espirituales, la falta de entusiasmo para desasirse del peso de las cosas terrenas y así elevarse a las divinas. Esta acedía se manifiesta a menudo en la febril actividad exterior por las cosas terrenas. La pereza espiritual es lo opuesto al amor a Dios, a la alegría en Dios y a cuanto tiene relación con Él Repugna a la acedía el llamamiento a seguir a Cristo, a trabar amistad con Dios, pues esto exige abnegación y esfuerzo. Esta clase de pereza es pecado grave. Se manifiesta ordinariamente por la avidez de placeres o por la excesiva actividad exterior.
Si, por el contrario, esta acedía no es más que una disminución de energía, si se continúa cumpliendo con los mandamientos, aunque con alguna repugnancia, no constituye, de por sí, más que pecado venial.
Aún más : es señal de fidelidad en el amor el continuar cumpliendo concienzudamente con los mandamientos, sin aquella alegría y gusto que antes se experimentaba, a pesar de la lasitud general y de graves tentaciones de repugnancia.
Hijos de la acedía: desaliento, pusilanimidad, descuido de las prescripciones molestas, como de la misa dominical y de los ayunos, ligereza, locuacidad, holgazanería, o excesiva actividad exterior aversión a quienes amonestan al bien y, por último, odio al bien.
El mejor medio para combatir la acedía es el espíritu de penitencia y la consideración del amor de Dios y de sus promesas, ya que ese decaimiento procede generalmente del apego a lo carnal, a lo terreno, y del poco aprecio por los bienes divinos. La seria predicación de los "novísimos" sacude más que otra cosa la pereza espiritual.
BERNHARD HÄRING
LA LEY DE CRISTO I
Herder - Barcelona 1961
Págs. 397-414
Ensayo.

En contraste con nuestra época, la ética medieval poseía claras delimitaciones. De esta manera el hombre medieval cuenta con una suerte de código de conducta que le señala claramente como debe ser su actuar. Esta codificación tiene su base, por un lado,  en las llamadas “Virtudes Cardinales”, verdaderas llaves maestras que posibilitan el ejercicio de una conducta conforme con lo que es éticamente correcto. Por otro lado, los “Pecados Capitales” (denominados así por ser “cabeza” o principio de todos los demás pecados)  muestran claramente la cuna de todo lo moralmente reprobable. Esta codificación moral, que si bien fue formulada en el medioevo tiene una sorprende actualidad, está cruzada transversalmente por una problemática ética fundamental: la posibilidad de acoger hospitalariamente al “otro”, al prójimo (el que está próximo) como una persona válida por sí misma. Dicho de otra manera el entender a los seres humanos que están frente a mí, cualquiera sea su condición, como un “interlocutor válido”, como un fin en sí mismo. Como veremos más adelante, Lo que verdaderamente constituye el mal moral es entender al “otro” como un “medio”, como un objeto que puede ser utilizado para el propio beneficio, en conformidad al principio del “amor a sí mismo”. Veamos a continuación una síntesis de la definición de cada uno de estos concepto, nos hemos basado en un antiguo pero esclarecedor “diccionario de teología” (se han alterado la redacción, la extensión y la ortografía castellana antigua en función de la comprensión, así mismo se han traducido algunas citas que en el texto original aparecen en latín)


Pecados Capitales

1.      La Soberbia.

Es el principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes pecados. Recordemos que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre fue expulsado del jardín del paraíso. Es una ofensa directa contra Dios, en cuanto el pecador cree tener más poder y autoridad que Dios. En general es definida como “amor desordenado de sí mismo”. Según Santo Tomás la soberbia es  “un apetito desordenado de la propia excelencia”. Se considera pecado mortal cuando es perfecta, es decir, cuando se apetece tanto la propia exaltación que se rehúsa obedecer a Dios, a los superiores y a las leyes. Se trata de renunciar a Dios en cuanto es Verdad y sentido conductor de la existencia e instalarse a sí mismo como Verdad suprema e infalible y como fundamento de la acción humana. De la misma manera, y guardando las distancias, se aplica al respeto y a la consideración que los subordinados le deben a las autoridades legítimamente constituidas. De la soberbia se desprenden las siguientes faltas menores:

·          La vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las ventajas que uno tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo, consiste en la elaborada ostentación  de todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la consideración de los demás.
·          La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras. Sin embargo, no es pecado cuando tiene por fin desacreditar una calumnia o teniendo en miras la educación de los otros.
·          El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales; llegando más allá de lo que permiten sus posibilidades económicas.
·          La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire desdeñoso.
·           La ambición: Deseo desordenado de elevarse en honores y dignidades como cargos o título, sólo considerando los beneficios que les son anexos, como la fama y el reconocimiento
·          La hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los vicios propios o aparentar virtudes que no se tienen.
·          La presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier otro ciertas funciones, ciertos empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades. Esta falta es muy común porque son rarísimos los que no se dejan engañar por su amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a sí mismos para formar un recto juicio sobre sus capacidades y aptitudes.
·          La desobediencia: es la infracción del precepto del superior. Es pecado mortal cuando esta infracción nace del formal desprecio del superior, pues tal desprecio es injurioso al mismo Dios. Pero cuando la violación del precepto no nace del desprecio sino de otra causa y considerando la materia y las circunstancias del caso, puede ser considerada una falta menor.
·          La pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no obstante el conocimiento de la verdad o mayor probabilidad de las observaciones de los que no piensan como el sujeto en cuestión. 
El remedio radical contra la soberbia es la humildad. Según el cristianismo, “Dios abate a los soberbios y eleva a los humildes (Luc. 14)

2.      La Acidia (Pereza).

Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es también el que más problemas causa en su denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”, no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de “acidia” o “acedía”.  Tomado en sentido propio es una “tristeza de animo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. 
Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.



Son efectos de la pereza:

·          La repugnancia y la aversión al bien que hace que este se omita o se practique con notable defecto.
·          la inconsistencia en el bien, la continua inquietud e irresolución del carácter que varía, a menudo, de deseos y propósitos, que tan pronto decide una cosa como desiste de ella, sin ejecutar nada.
·          Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a poner manos a la obra y se abandona a la inacción.
·          La desesperación de considerar que la salvación es imposible, de tal manera que lejos de pensar el hombre en los medios de conseguirla se entrega sin freno alguno a sus propias pasiones.
·          La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los placeres.
·          La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver, oír, que constituye la actividad casi exclusiva del perezoso.

En el fondo, la acidia se identifica con el “aburrimiento”. Pero no con ese aburrimiento objetivo que nos hace escapar de una cosa, de una situación o de una persona en particular. Más bien se refiere al “aburrimiento” que sentimos frente a la existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que esto implica. La vida nos exige trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil. Cuando no somos capaces de asumir este costo (este trabajo) y desconocemos aquello que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que me causa “horror”; se transforma en un vacío que me angustia y del cual escapamos constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’ significa originariamente “ab horreo” (horror al vacío). Decíamos que la acidia es el más metafísico de los pecados capitales parque implica no asumir los costos de la existencia, de escapar constantemente de hacer lo que se debe, por no saber lo que se debe.

3.      La Lujuria.

Tradicionalmente se ha entendido la lujuria como “appetitus inorditatus delectationis venerae” es decir como un apetito desordenado de los placeres eróticos. La tradición cristiana subdividió este pecado en la simple fornicación, el estupro, el rapto, el incesto, el sacrilegio, el adulterio, el pecado contra la naturaleza, comprendiendo bajo esta última especie, la polución voluntaria, la sodomía y la bestialidad. La lujuria sería siempre un “pecado mortal” pues involucra directamente la utilización del otro, del prójimo, como un medio y un objeto para la satisfacción de los placeres sexuales.
Hay en este pecado dos grandes principios en juego: el verdadero concepto del amor y la finalidad de la sexualidad. El cristianismo –y gran parte de la tradición clásica especialmente la griega–, entienden por “amor” algo muy distinto de lo que el mundo contemporáneo comprende. El concepto de amor tiene una importancia central en el cristianismo. De hecho Dios mismo es identificado con el amor. Para el cristiano el amor es “superabundancia”, capacidad de dar y de darse, “caritas”, en definitiva: caridad, una de las tres Virtudes Teologales. De esta manera el amor implica un donarse, un darse por el otro, por el prójimo. Recordemos la segunda parte del único mandamiento que anuncia el Nuevo Testamento: “...amar al prójimo como a sí mismo”. El amor cristiano, y también el griego, está, de esta forma, desligado en su origen de cualquier tipo de sexualidad, incluso de la corporeidad. Lo erótico es una consecuencia, un plus totalmente prescindible. La casi sinonimia entre amor y sexo es producto de la modernidad. El “hacer el amor” como sinónimo de “relación sexual” es el mejor ejemplo de lo anterior. La Lujuria sería entonces totalmente contraria al amor –y a Dios– entendido en términos cristianos. El pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí misma, como un fin en sí misma por el cual tendríamos que darnos. El otro pasa a ser un objeto una cosa que satisface la más fuerte de las satisfacciones corporales, el placer sexual. Aun más, el sujeto mismo que incurre en un acto lujurioso se convierte a sí en un objeto, que olvida o suspende su propia dignidad.Por otro lado, para el pensamiento cristiano la sexualidad tiene una finalidad preestablecida, única y clara. La reproducción y la perpetuación de la especie. Esta clara finalidad da también sentido a la existencia del hombre ordenado su acción en vista del amor de Dios. La lujuria, en cambio, que no tiene en vistas la finalidad de la reproducción y que por esto pierde todo sentido, se convierte en una acción bacía, sin sentido, que de alguna manera nadifica al hombre y lo aleja del Ser de Dios.

4.      La Avaricia.

La teología cristiana explica el pecado de la avaricia como “amor desordenado de las riquezas”, es desordenado, continua, “porque lícito es amar  y desear las riquezas con fin honesto en el orden de la justicia y de la caridad, como por ejemplo, si se las desea para cooperar más eficazmente con al gloria de Dios, para socorrer al prójimo etc. El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego inmoderado a ellas; “esa  pasión ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no se detiene ante los medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin hacer uso de ellos aun para las causas más legítimas; ese afecto desordenado que se tiene a los bienes de la tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no parece que se vive para otra cosa que para adquirirla.”
“La  avaricia, por consiguiente, es pecado mortal siempre que el avaro ame de tal modo las riquezas y pegue su corazón a ellas que está dispuesto a ofender gravemente a Dios o a violar la justicia y la caridad debida al prójimo, o a sí mismo.”
En la avaricia se ven claramente los elementos comunes a todos los pecados. Por una lado, el avaro pierde el verdadero sentido de su acción poniendo el fin en lo que debería ser un medio, en este caso la obtención y la retención de las riquezas. Lo que importa al cristianismo es que el prójimo reciba, en justicia,  la caridad que todos le debemos al menesteroso. La avaricia es directamente contraria a la caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en privar a otros de sus bienes para tener más que retener. Por otro lado,  el privar al otro de sus bienes, muchas veces con malas artes, y retener estos bienes en perjuicio del otro, es también negar al otro en su calidad de persona, de fin en sí. Se lo utiliza para satisfacer, mediante la acumulación de riquezas, el principio del amor a sí mismo.
Son “hijos” o faltas menores de la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el robo y el hurto, la tacañería, la usura, etc.

5.      La Gula.

Como “uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida” es definido este pecado. La definición teológica se complementa con que “el placer o deleite que acompaña al uso de los alimentos, nada tiene de malo; al contrario, en el efecto de una providencia especial de Dios para que el hombre cumpliese más fácilmente  con el deber de su propia conservación. Prohibido es, empero, comer y beber hasta saciarse por ese solo deleite que se experimenta”. De esta manera, la religiosidad latina especifica estas faltas en: proepropere: comer antes de tiempo o cuando se debe abstener de comer, por ejemplo en los días de ayuno señalados por la Iglesi; laute: cuando se comen manjares que superan las posibilidades económicas de la persona; nimis cuando se bebe o se come en perjuicio de la salud de la persona; ardenter: cuando se como con extrema voracidad o avidez a manera de las bestias. La gula se transforma en pecado en los siguientes casos:

·          Cuando por el solo placer de comer se llega al hurto o se reduce a la familia a la mendicidad.
·          Cuando el deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la vida.
·          Cuando es causa de graves pecados como la lujuria y la blasfemia.
·          Cuando trasgrede los preceptos de la Iglesia en los días de ayuno y de abstinencia de ciertos alimentos.
·          Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida.
·          Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o sufrimiento a si mismo y a los que lo rodean.

Además de lo dicho por la teología tradicional, la gula tiene un aspecto que  no debemos dejar de considerar. La gula es la manifestación física de un apetito más profundo y significativo. El que cae en las tentaciones de la gula, no sólo quiere consumir comida. Quiere, de alguna manera, ingerir todo el universo. Asimilar, hacer suyo, todo lo exterior, reducir todo lo otro a sí mismo. En este sentido la gula se mimetiza estrechamente con la lujuria, se trata de ponerse por sobre lo otro, reducirlo, objetivarlo y hacerlo suyo. De esta manera  el “glotón” se transforma en el único centro de referencia, en conformidad con el principio del amor a sí mismo. El asimilar, reducir, el universo en general y al prójimo en particular a sí mismo es la más radical negación del otro.
   
6.      La Ira.

Appetitus inordinatus vindictae” es decir, un “apetito desordenado de venganza”. “Que se excita –continua la definición latina– en nosotros por alguna ofensa real o supuesta. Requiérase, por consiguiente, para que la ira sea pecado, que el apetito de venganza sea desordenado, es decir, contrario a la razón. Si no entraña este desorden no será imputado como pecado”. De esto ultimo se desprende que habría una ira “buena y laudable” si no excede los límites de una prudente moderación y tiene como fin suprimir el mal y reestablecer un bien. “El apetito de venganza es desordenado o contrario a la razón, y por consiguiente la ira es pecado, cuando se desea el castigo al que no lo merece, o si se le desea mayor al merecido, o que se le infrinja sin observar el orden legítimo, o sin proponerse el fin debido que es la conservación de la justicia y la corrección del culpable. Hay también pecado en la aplicación de la venganza, aunque esta sea legítima, cuando uno se deja dominar por ciertos movimientos inmoderados de la pasión. De esta manera la ira se convierte en pecado gravísimo porque vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira: el maquiavelismo, el clamor, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña”.
De la  definición anterior se desprende que la ira es el uso de una fuerza directa o verbal que trasgrede los límites de la legitima restitución de un bien ofendido. La violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es desmedida, es claramente una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo, que no corresponde a la legítima defensa, se pretende evidentemente la nadificación del otro. En el leguaje, mediante la ofensa o el improperio, encontramos también el deseo de perjuicio e incluso de nulidad del otro.
Es importante hacer notar que el uso de la fuerza en contra del prójimo no siempre es un mal moral. Debe ser entendida como un mal menor si el fin por el cual se realiza no es sólo la anulación del otro sino que persigue fines legítimos como la conservación de la vida propia o de terceros. Tal es el caso de la “guerra legítima” que procura evita la propia muerte o la privación de la legítima libertad a mano de un invasor, la legítima defensa. El uso de la fuerza se justifica también cuando se procura, con esto, el bien del otro, evitando de esta manera un daño mayor que el dolor que se infringe.
La ira se convierte en pecado gravísimo cuando nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda moderación racional y, desbordando todo límite dictado por una justa sentencia, se desea sólo la inexistencia del prójimo.

7.      La Envidia

La envidia es definida como “Desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este bien se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria: tristia de bono alteriusin quantum est diminutivum propiae gloriae et excellentiae” De esta manera, para saber si la envidia es una falta moral, es necesario investigar el verdadero motivo que produce la tristeza que se siente frente al bien que posee el prójimo. De esta manera la envidia no es pecado cuando

·          Nos entristecemos por el cargo, potestad o bienes materiales alcanzado por quien no los merece y podría hacer mal uso de esa autoridad causando grave daño a sus semejantes.
·          sentimos insatisfacción por los bienes que posee quien no los merece y en vista de que nosotros le daríamos mejor fin. Por ejemplo, el que abunda en riquezas haciendo mal uso de ellas: los avaros que no hacen uso de sus bienes ni para beneficio propio ni para el de los demás.
·          otras veces, nos entristecemos, no tanto de lo que el otro posee como del hecho de que nosotros carecemos de ese bien, si esta constatación nos muestra el tiempo y las oportunidades perdidas y alienta nuestro propio sentido de superación.

La envidia es falta gravísima, cuando nos incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes materiales del otro, que deseamos verlo privado de aquellos bienes que legítimamente a conseguido y al que, nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado conseguir. De esta manera, este deseo de ver privado al otro de sus bienes nos puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente quitarle esos bienes o de hacer ver, con el uso del chismorreo, que aquel no debería poseer lo que posee. La mentira, la traición, la intriga, el oportunismo entre otras faltas se desprenden de esta tristeza frente al bien ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.

Tomado de la Revista de Filosofia
Mauricio González U.


Lista de pecados

ÉXODO 20:1 (RVR60-ES), ROMANOS 1:29 (RVR60-ES), 1 CORINTIOS 5:11 (RVR60-ES), 1 CORINTIOS 6:9 (RVR60-ES), GÁLATAS 5:19 (RVR60-ES), COLOSENSES 3:5 (RVR60-ES), 1 TIMOTEO 1:9 (RVR60-ES), 2 TIMOTEO 3:2 (RVR60-ES), EL APOCALIPSIS 21:7 (RVR60-ES)
EXODO: 20
1. No tendrás dioses ajenos
2. No te harás imágenes
3. No tomaras el nombre de Jehová tu Dios
4. Acuérdate del día del reposo para santificarlo
5. honra a tu padre y a tu madre
6. no mataras
7. no cometerás adulterio
8. No hurtaras
9. No hablaras contra tu prójimo
10No codiciaras el bien de tu prójimo

1 CORINTIOS 5:11
1. Fornicarios
2. Avaros
3. Ladrones
4. Idolatras
5. Maldicientes
6. Borrachos
7. Ladrones

1 CORINTIOS 6:9
1. Fornicarios
2. Idolatras
3. Adúlteros
4. Afeminados
5. Ni los que e echan con hombres
6. Ladrones
7. Avaros
8. Borrachos
9. Maldicientes
10. Estafadores

1ª TIMOTEO 1:9
1. Transgresores
2. Desobedientes
3. Impíos
4. Irreverentes
5. Profanos
6. Parricidas
7. Matricidas
8. Homicidas
9. Fornicarios
10. sodomitas
11. Secuestradores
12. Mentirosos
13. Perjuro

ROMANOS 1:29
1. Injusticia
2. Fornicación
3. Perversidad
4. Avaricia
5. Maldad
6. Envidia
7. Homicidios
8. Contienda
9. Engaños
10. Malignidades
11. Murmuradores
12. Detractores
13. Aborrecedores de Dios
14. Injuriosos
15. Soberbios
16. Altivos
17. Inventores de males
18. Desobedientes
19. Necios
20. Desleales
21. Sin afecto natural
22. Implacables
23. Sin misericordia

GALATAS 5:19
1. Adulterio
2. Fornicarios
3. Inmundicias
4. Lascivias
5. Idolatrías
6. hechiceros
7. Enemistades
8. Pleitos
9. Celos
10. Iras
11. Contiendas
12. Disensiones
13. herejías
14. Envidias
15. Homicidios
16. Borrachos
17. Orgías

COLOSENSES 3:5
1. Fornicación
2. Impurezas
3. Pasiones desordenadas
4. Malos deseos
5. Avaricia
6. Idolatría
7. Ira
8. Enojo
9. Malicia
10. Blasfemias
11. Palabras deshonestas
12. Mentirosos

2 TIMOTEO 3:2-4
1. Amadores de si mismo
2. Avaros
3. Vanagloriosos
4. Soberbios
5. Blasfemos
6. Desobedientes
7. Ingratos
8. Sin afecto natural
9. Implacables
10. Calumniadores
11. Intemperantes
12. Crueles
13. Aborrecedores
14. Traidores
15. Impetuosos
16. Infatúas
17. Amadores de deleites

APOCALIPSIS 21:7-8
1. Cobardes
2. Incrédulos
3. Abominables
4. Fornicarios
5. Hechiceros
6. Idolatras
7. Mentiroso

ASESINOS COMUNES DE LA ORACIÓN

CIRCULO DE TRIUNFADORES
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1. PECADOS NO CONFESADOS: Este es quizás el más común de los asesinos de la oración.

El no habría escuchado si yo no hubiera confesado mis pe-cados (Salmo 66: 18, La Biblia al día). Dios es perfecto y no puede tolerar el pecado en nosotros. Como resultados, le resta poder a nuestras oraciones. La buena noticia es que Dios nos perdona cuando confesamos el pecado y este desaparece. Porque perdonare la maldad de ellos, y no me acordare más de su pecado (Jer. 31:34) Dios perdona y en ese momento se restaura nuestra relación y nuestra oración vuelven a cobrar poder. La oración evita que pequemos. El pecado evita que oremos.
2. FALTA DE FE: Tiene un impacto increíblemente negativo en la vida de los cristianos. Sin fe la oración carece de poder. Pero que pida con fe, sin dudar; porque el que duda es semejante a la ola del mar, impulsada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, ese hombre, que recibirá cosa alguna del Señor (Santiago 1:6-7). La falta de fe hace a las personas inestables o de doble animo y las incapacitas para escuchar a Dios o recibir sus dones.
3. DESOBEDIENCIA: Significa no someterse o sujetarse a los principios divinos, al des-obedecer demostramos la falta de confianza y dependencia en Dios, por tanto las oraciones hechas bajo esas circunstancias son ineficaces. La obediencia es una condición para disfrutar de los benéficos del Padre. Esa es la condición que debemos cumplir para poder acercarnos a Él en oración. Si vamos a desarrollar una creciente relación con Dios y llegar a ser personas fuertes en la oración, debemos obedecer. La obediencia es el resultado natural de la fe en Dios. Quien ama y confía en Dios... Le obedece. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho... Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. (Juan 15:7,10).
4. FALTA DE TRANSPARENCIA CON DIOS Y CON OTROS: La transparencia es difícil para muchas personas. Pero la franqueza con otros puede tener un profundo efecto en nuestras vidas. La transparencia con Dios al orar le coloca en la agenda de Él en lugar de suya, y también le da la libertad a otros creyentes para que oren por usted estratégica y específicamente. Existe la gran necesidad de reconocer cuando fallamos y confesarlo pidiendo perdón en humildad. Cuando confesamos nuestros pecados unos a otros lo cual requiere de nosotros una absoluta transparencia, Dios puede sanarnos, limpiarnos y experimentamos una restauración espiritual, física y emocional. Además nuestra transparencia ayuda a otros, porque les muestra que no están solos en sus dificulta-des. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por los otros, para que seáis sanados (Santiago 5:16).
5. FALTA DE PERDÓN: El perdón no es un asunto trivial como la ciencia, el deporte, la riqueza o la fama. Ni tampoco una alternativa de palabras. Se trata de una actitud del corazón y de que el Espíritu Santo nos dé el poder para perdonar. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestros Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas (Marcos 6:14-15). Cuando una persona se niega a perdonar a otra, se daña a sí misma, porque su falta de perdón producirá en ella raíces de amargura y con amargura no se puede entrar en oración y salir con bendición.
6. MOTIVOS FALSOS: cuando nuestros motivos no son buenos, nuestras oraciones carecen de poder. Por ende es imprescindible cuando hacemos algo, especialmente los grandes proyectos, examinar porque lo estamos haciendo. Ese proceso expone nuestros motivos. Santiago 4:3, dice: pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. Al orar podemos examinar si estamos actuando con orgullo, temor, autosuficiencia, egoísmo, conveniencia, etc., Dios nos lo mostrara siempre que deseemos escuchar. Y si lo deseamos, Él cambiara nuestros motivos.
7. LA IDOLATRÍA: Un ídolo puede ser cualquier cosa que se interponga entre Dios y nosotros; por tanto, idolatría no es, solo adorar una imagen, sino más bien, poner cualquier cosa primero que a Dios. Los ídolos vienen de muchas formas como el dinero, la fama, una carrera, los hijos, el placer, etc., pues este es un asunto del corazón. Según Ezequiel 14:3; Dios no permite que un adorador de ídolos, ni siquiera le hable. Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos?
8. INDIFERENCIA HACIA OTROS: Esa es una actitud incorrecta, y es abominada por Dios, pues El se interesa por todos los hombres, sin importar su raza, clase, credo o nación. El Salmo 33:13 dice: Desde los cielos miró el Señor; vio a todos los hijos de los hombres. Las Escrituras están llenas de versículos que respaldan el anhelo de dios para que haya unidad entre los creyentes, los hermanos cristianos, los cónyuges, los laicos y los pastores, etc. Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también se améis unos a otros (Juan 13:34). A través de la oración a-prendemos a amar a otros. Es imposible que una persona odie y critique a alguien por quien está orando. La oración genera compasión, no competencia.
9. INDIFERENCIA HACIA LA SOBERANÍA DE DIOS: Dios es omnipotente, omnisapiente y omnipresente; es decir, que todo lo puede, todo lo sabe y está en toda parte a la vez; por ende es Soberano... (Salmo 139:1-18) ¿Adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia? ( v.7) Cuando Jesús mostró a sus discípulos como orar, lo primero que hizo fue enseñarles a honrar a Dios por lo que es: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (Marcos 6:9-10). Cada vez que no prestamos atención al orden divino de las cosas, nos apartamos de los limites e impedimos nuestra relación con nuestro Padre celestial.
10. VOLUNTAD REBELDE: La persona cuya voluntad está rendida a Dios mantiene una relación con el cómo la que se describe en la parábola de la Vid y los Pámpanos: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho...

(Juan 15:7) El propósito fundamental de la oración no es que obtengamos lo que queremos, sino aprender a querer lo que Dios nos da. Esto solo sucede cuando rendimos nuestra voluntad y nos colocamos en la agenda de Dios en lugar de la nuestra. Rendir nuestra voluntad a la de Dios reporta grandes beneficios. Uno de ellos es que Dios promete responder nuestras oraciones y conceder nuestras peticiones. Otro es que llegamos a recibir el poder de Cristo a través del Espíritu Santo.


ASESINOS COMUNES DE LA ORACIÓN

Lic. Juan P. Muñoz G.
CIRCULO DE TRIUNFADORES
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1. PECADOS NO CONFESADOS: Este es quizás el más común de los asesinos de la oración.

El no habría escuchado si yo no hubiera confesado mis pe-cados (Salmo 66: 18, La Biblia al día). Dios es perfecto y no puede tolerar el pecado en nosotros. Como resultados, le resta poder a nuestras oraciones. La buena noticia es que Dios nos perdona cuando confesamos el pecado y este desaparece. Porque perdonare la maldad de ellos, y no me acordare más de su pecado (Jer. 31:34) Dios perdona y en ese momento se restaura nuestra relación y nuestra oración vuelven a cobrar poder. La oración evita que pequemos. El pecado evita que oremos.
2. FALTA DE FE: Tiene un impacto increíblemente negativo en la vida de los cristianos. Sin fe la oración carece de poder. Pero que pida con fe, sin dudar; porque el que duda es semejante a la ola del mar, impulsada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, ese hombre, que recibirá cosa alguna del Señor (Santiago 1:6-7). La falta de fe hace a las personas inestables o de doble animo y las incapacitas para escuchar a Dios o recibir sus dones.
3. DESOBEDIENCIA: Significa no someterse o sujetarse a los principios divinos, al des-obedecer demostramos la falta de confianza y dependencia en Dios, por tanto las oraciones hechas bajo esas circunstancias son ineficaces. La obediencia es una condición para disfrutar de los benéficos del Padre. Esa es la condición que debemos cumplir para poder acercarnos a Él en oración. Si vamos a desarrollar una creciente relación con Dios y llegar a ser personas fuertes en la oración, debemos obedecer. La obediencia es el resultado natural de la fe en Dios. Quien ama y confía en Dios... Le obedece. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho... Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. (Juan 15:7,10).
4. FALTA DE TRANSPARENCIA CON DIOS Y CON OTROS: La transparencia es difícil para muchas personas. Pero la franqueza con otros puede tener un profundo efecto en nuestras vidas. La transparencia con Dios al orar le coloca en la agenda de Él en lugar de suya, y también le da la libertad a otros creyentes para que oren por usted estratégica y específicamente. Existe la gran necesidad de reconocer cuando fallamos y confesarlo pidiendo perdón en humildad. Cuando confesamos nuestros pecados unos a otros lo cual requiere de nosotros una absoluta transparencia, Dios puede sanarnos, limpiarnos y experimentamos una restauración espiritual, física y emocional. Además nuestra transparencia ayuda a otros, porque les muestra que no están solos en sus dificulta-des. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por los otros, para que seáis sanados (Santiago 5:16).
5. FALTA DE PERDÓN: El perdón no es un asunto trivial como la ciencia, el deporte, la riqueza o la fama. Ni tampoco una alternativa de palabras. Se trata de una actitud del corazón y de que el Espíritu Santo nos dé el poder para perdonar. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestros Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas (Marcos 6:14-15). Cuando una persona se niega a perdonar a otra, se daña a sí misma, porque su falta de perdón producirá en ella raíces de amargura y con amargura no se puede entrar en oración y salir con bendición.
6. MOTIVOS FALSOS: cuando nuestros motivos no son buenos, nuestras oraciones carecen de poder. Por ende es imprescindible cuando hacemos algo, especialmente los grandes proyectos, examinar porque lo estamos haciendo. Ese proceso expone nuestros motivos. Santiago 4:3, dice: pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. Al orar podemos examinar si estamos actuando con orgullo, temor, autosuficiencia, egoísmo, conveniencia, etc., Dios nos lo mostrara siempre que deseemos escuchar. Y si lo deseamos, Él cambiara nuestros motivos.
7. LA IDOLATRÍA: Un ídolo puede ser cualquier cosa que se interponga entre Dios y nosotros; por tanto, idolatría no es, solo adorar una imagen, sino más bien, poner cualquier cosa primero que a Dios. Los ídolos vienen de muchas formas como el dinero, la fama, una carrera, los hijos, el placer, etc., pues este es un asunto del corazón. Según Ezequiel 14:3; Dios no permite que un adorador de ídolos, ni siquiera le hable. Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos?
8. INDIFERENCIA HACIA OTROS: Esa es una actitud incorrecta, y es abominada por Dios, pues El se interesa por todos los hombres, sin importar su raza, clase, credo o nación. El Salmo 33:13 dice: Desde los cielos miró el Señor; vio a todos los hijos de los hombres. Las Escrituras están llenas de versículos que respaldan el anhelo de dios para que haya unidad entre los creyentes, los hermanos cristianos, los cónyuges, los laicos y los pastores, etc. Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también se améis unos a otros (Juan 13:34). A través de la oración a-prendemos a amar a otros. Es imposible que una persona odie y critique a alguien por quien está orando. La oración genera compasión, no competencia.
9. INDIFERENCIA HACIA LA SOBERANÍA DE DIOS: Dios es omnipotente, omnisapiente y omnipresente; es decir, que todo lo puede, todo lo sabe y está en toda parte a la vez; por ende es Soberano... (Salmo 139:1-18) ¿Adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia? ( v.7) Cuando Jesús mostró a sus discípulos como orar, lo primero que hizo fue enseñarles a honrar a Dios por lo que es: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (Marcos 6:9-10). Cada vez que no prestamos atención al orden divino de las cosas, nos apartamos de los limites e impedimos nuestra relación con nuestro Padre celestial.
10. VOLUNTAD REBELDE: La persona cuya voluntad está rendida a Dios mantiene una relación con el cómo la que se describe en la parábola de la Vid y los Pámpanos: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho...

(Juan 15:7) El propósito fundamental de la oración no es que obtengamos lo que queremos, sino aprender a querer lo que Dios nos da. Esto solo sucede cuando rendimos nuestra voluntad y nos colocamos en la agenda de Dios en lugar de la nuestra. Rendir nuestra voluntad a la de Dios reporta grandes beneficios. Uno de ellos es que Dios promete responder nuestras oraciones y conceder nuestras peticiones. Otro es que llegamos a recibir el poder de Cristo a través del Espíritu Santo.

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